En otras grandes capitales no se consigue...

Habría que ver qué dirían los edificios si hablaran. Que vibraron, vibraron. Seguro. Los que estaban contentos en su mayoría eran los espectadores. Decenas de miles. Y eso que debieron esperar larguísimos baches de nada, sin más atractivo que la estupenda arquitectura porteña. Pero recibieron recompensa.Apreciar los coches de carrera con iconos porteños a pocos metros no tuvo precio. Que un Peugeot tenga de fondo la Catedral Metropolitana, un Renault frene delante del Teatro Colón, un Chevrolet circule contiguo al Obelisco, un Ford pase al lado del Cabildo, un Honda acelere ahí nomás de Plaza de Mayo, es impagable. Y ni que hablar del ruido. La foto de los autos muticoloridos con el monumento detrás era imaginable, pero el estruendo de los motores, potenciado por los edificios, debió de superar toda previsión.Era raro, agradablemente raro, ver circular a esos lobos con piel de cordero entre los imponentes edificios de empresas de Diagonal Norte, donde varios balcones estaban cubiertos. Eran oficinas abiertas por pasión por el automovilismo, y por curiosidad por lo insólito: sólo en Mónaco se ve pasar coches tan cerca de sitios emblemáticos, como el casino y el puerto. Esto de correr en el corazón político, económico y financiero de una capital del mundo es único, o casi, en el planeta.Pero no todo fue color de rosas. La gente se aburrió en los imprevistos huecos, mientras el cronograma cambiaba y cambiaba. Resulta que el Ministerio de Ambiente y Espacio Público objetaba que el cable que cruza los...

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