La gran heroína de nuestra educación sentimental

En un principio habrán sido sus ojos achinados, soñadores, tan al borde de la risa como del llanto. O tal vez fue su singular ceño fruncido, una marca de estilo que no reflejaba enojo sino un claro gesto de perplejidad en la inocencia. Sin embargo, si me concentro un momento y trato de volver a tener 10 años; si consigo trasladarme en el tiempo y verme a mí misma frente a un televisor en blanco y negro o en una butaca del cine de San Justo donde veíamos tres películas en una tarde, pienso que tal vez fueron los dientes de conejo de su sonrisa franca y sexy los que me capturaron. Difícil saber hoy, tanto tiempo después, qué fue en realidad aquello que a principios de los 70 nos tomó a las chicas por asalto; cómo leer el código de la magia que irradiaba Solita Silveyra en aquel momento, cuando se consagraba como gran heroína argentina y, acaso sin saberlo, con sus besos, sus desmayos y sus lágrimas nos conducía paso a paso hacia el alfabeto de nuestra educación sentimental.

No voy a decírselo, me da pudor y no hace falta. Lleva muchos años semblanteando al público esta mujer menuda y rubia, maquillada y vestida de fiesta que está sentada al lado mío en una cena organizada por una embajada. Ella no nos conoce, todos la conocemos. Si sabe calcular la edad del otro con la mirada, posiblemente adivine que llegó a mi vida, a mis sueños y ambiciones femeninas en el final de mi escuela primaria, justo después de la historia de Jo y sus hermanas en Mujercitas o de Jane Eyre y Cumbres borrascosas.

Entre las novelas de Louise May Alcott o las de las hermanas Brontë y Rolando Rivas o Pobre diabla no hubo respiro para mi generación; pasábamos de la colección Robin Hood a los besos apasionados en primer plano como si la escuela de la vida y del amor estuviera signada por esas inevitables estaciones. Fuera de las pantallas la política era tragedia y Perón una mala palabra, un conjuro o un presente perpetuo según quien pronunciara su nombre. Solita, la actriz romántica, la mamá joven, la que ponía su cuerpo en exhibición y dejaba que la besaran apasionadamente, era también la militante fervorosa que se subía al célebre chárter que procuraba traer al anciano general de regreso al país.

Toma nota, Solita. Durante la conversación en la cena toma nota de lo que le interesa, el nombre de una novela, de un autor, de una página web. Intenta no perderse nada, se lee curiosidad en su mirada. Presta siempre atención, mira con interés a los ojos del que habla, le...

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