Goytisolo o la libertad de los parias

El norte de África ha sido destino y refugio de escritores réprobos. Jack Kerouac llegó a Túnez en barco en febrero de 1957, desde donde viajó a Tánger. Laborioso y solidario, allí mecanografió y dio título al manuscrito de El almuerzo desnudo, de su amigo William Burroughs, y partió a los dos meses: lo esperaba, en Nueva York, tras un paso por Europa, la publicación de su novela En el camino y enseguida la fama. Justo una década antes había llegado a Tánger el músico y escritor Paul Bowles, que permanecería allí hasta su muerte, en 1999. En El cielo protector, su primera novela, que Bertolucci llevó al cine, Bowles anticipó la tesis de casi todos sus cuentos: la inmersión en una cultura ajena y exótica primero fascina, pero después fagocita y aniquila al viajero occidental que se pierde en ella.

Juan Goytisolo probó que puede ocurrir exactamente lo contrario. El autor de Coto vedado dejó España en 1956, empujado por la opresión franquista y sus ideas políticas, pero también por la necesidad de despojarse de aquello que por herencia lo constituía, entre otras cosas el rancio catolicismo en el que había sido criado. Con los años, primero en París, después en Marraquech, iría vaciando su ser de aquello que le pesaba para adoptar costumbres y valores ajenos que, sin embargo, fue reconociendo como propios, en un viaje de autoconocimiento en el que lo arriesgó todo y perdió mucho para, finalmente, ganarse a sí mismo. Desde el margen, Goytisolo ha sido durante décadas una de las voces más importantes de España, no sólo por la calidad de su literatura, sino también por su mirada crítica sobre el devenir de su país y del mundo.

"No me voy a poner jaquette. Puesto a disfrazarme, me pondría una chilaba. Es absurdo pedirle a un viejo de 84 años que se disfrace", advirtió tozudo al conocer el protocolo de la entrega del Premio Cervantes, que recibió el jueves de manos del rey Felipe. Vestido con saco y una corbata verde, dio un discurso corto. "Desde la altura de la edad, siento la aceptación del reconocimiento como un golpe de espada en el agua, como una inútil celebración -dijo-. Mi condición de hombre libre conquistada a duras penas invita a la modestia." Y como "la mirada desde la periferia al centro es más lúcida que a la inversa", dejó en claro su filosofía de la distancia: "Dudar de los dogmas y supuestas verdades como puños nos ayuda a eludir el dilema que nos acecha entre la uniformidad impuesta por el fundamentalismo de la...

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