Cómo ser global en el mejor de los sentidos

La globalización se encontró con este siglo y trajo la amenaza terrorista, el perpetuo desgarro entre Oriente y Occidente, la violencia arrasadora de ese gran síntoma, Estado Islámico. Pero también -y con mucho menos estruendo- trajo la posibilidad de que existan subjetividades como la del escritor y cineasta afgano Atiq Rahimi.

Rahimi nació en Afganistán, pasó parte de su juventud en la India, vivió como refugiado en Paquistán y a mediados de los 80 pidió asilo político en Francia, donde hoy reside. Escribió sus primeras novelas en persa, hasta que, haciendo de la estadía en Francia un acto de plena integración lingüística, publicó Syngué sabour. Pierre de patience: poética inmersión en los pensamientos y sentimientos de una mujer afgana, escrita totalmente en francés, que le valió el premio Goncourt 2008 y que en 2011 adaptó al cine, con la ayuda del guionista Jean-Claude Carrière.

Una amiga francesa radicada desde hace años en la Argentina -experta en aquello de vivir entre dos lenguas, dos culturas, dos países- me acercó La ballade du calame (algo así como La balada del cálamo, en referencia a la pluma que se utiliza para escribir), obra que Rahimi publicó el año pasado. Transitar ese texto es sumergirse en un camino de múltiples dimensiones. Porque La ballade du calame es autobiografía, ensayo y relato, todo a la vez. Aun más: la sensibilidad eminentemente visual del autor se cuela en el libro a través de lo que él llama sus "calimorfías": recreación de las formas del alfabeto persa (la exquisita caligrafía que le fuera inculcada en su primera infancia) que, a medida que avanza el libro -entre reflexiones sobre la belleza de la palabra, resonancias de antiguos mitos y relatos de vida- van mutando, adquieren nuevo movimiento, se tornan sutilmente carnales, francamente eróticas. Con sus "calimorfías", Rahimi rinde homenaje pero al mismo tiempo se distancia de los maestros que le enseñaron la gracia de la caligrafía mientras recitaban versos del Corán. Y a lo largo de todo el libro hace una exaltación del exilio como, justamente, el regreso imposible a casa; el largo camino hacia una morada interior.

Hijo de un militante comunista y una profesora de artes, Rahimi creció en Kabul, en un hogar donde lo religioso convivía con lo laico. Durante su adolescencia, cuando la adscripción política del padre forzó a la familia a exiliarse en la India, conoció, deslumbrado, otro modo de entender la espiritualidad. Sobre todo, otro modo de vincularse...

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