Gestos diminutos, palabras para decir adiós

Aftersun (Zeta Films - Mubi).

Me dejo llevar por la marea de las imágenes. Miro la película de la que están hablando casi todos. Pienso en las flores del cerezo.

Paso una a una las hojas de un libro cuya llegada esperé meses y ahora elijo leer lentamente. Un poema hoy, otro mañana. Entre un día y otro, una imagen, un recuerdo, una simple asociación: las flores del cerezo.

La película es Aftersun . Paul Mesca l es Calum, el padre; Frankie Corio es Sophie, la hija de once años. Comparten unas vacaciones en Turquía: balneario modesto de hace algunas décadas, gloria del sol mediterráneo, tardes largas junto al agua, filtro solar, zambullidas, alguna risa, ciertos silencios.

Charlotte Wells, la directora, no necesita contar mucho más. Podemos saber que lo habitual para Calum y Sophie no es estar juntos. Intuimos, sin que nadie necesite explicitarlo, que probablemente éste sea su último verano.

Cada primavera, en Japón, la gente se reúne en los parques y jardines para observar y permanecer un rato bajo las ramas florecidas del cerezo. Lo hacen porque el instante en que esos árboles se encienden es demasiado hermoso como para permitir que se diluya en la opaca maquinaria de lo cotidiano

Apenas una escena: al fondo, el bálsamo radiante del mar; en primer plano la mano de ella descansando, liviana y casual, sobre el brazo de él. Un gesto diminuto, piel sobre piel, el instante. Algo tan profundo y simple y necesario que llamarlo felicidad es banalizarlo.

Sophie y Calum se graban en video; un día, en el balneario, alguien les toma una instantánea y se las da. La fotografía es levemente borrosa: es el tiempo lo que está contenido en esas sonrisas plasmadas en un soporte de dudosa calidad. En algún momento los tintes terminarán fallando y la imagen se perderá; la película no hace hincapié en esto, pero allí queda. Un apunte. Y pienso en las flores del cerezo. El sakura.

Cada primavera, en Japón, la gente se reúne en los parques y jardines para observar y permanecer un rato bajo las ramas florecidas del cerezo. Lo hacen porque el instante en que esos árboles se encienden es demasiado hermoso como para permitir que se diluya en la opaca maquinaria de lo cotidiano. Lo hacen porque es, justamente, un instante. El brevísimo lapso en que las flores -como cualquier vida- asoman, irradian una delicadeza difícil de definir, y se...

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