Gesell, espejo de una cultura exhausta

Resulta intolerable ver cómo se le pega a una persona indefensa, tendida en el piso, hasta matarla. Puñetazos y patadas sacuden un cuerpo inerte con una saña que va más allá del odio descargado sobre la víctima. Ese cuerpo ya no responde, pero el castigo sigue. La patota es una sola bestia que no para, hasta que las agresiones producen la consecuencia lógica de toda violencia cebada en sí misma y sobreviene la muerte.Las imágenes del asesinato de un chico de 18 años a manos de una decena de jóvenes de más o menos su misma edad se repitió durante toda la semana en las pantallas. Lo que ocurrió en Villa Gesell, y la triste historia que había detrás, interpeló al país. Los medios salieron a la caza de la noticia y sus secuelas. Y, por supuesto, de respuestas. El horror y la irracionalidad exigen alguna explicación que restaure la pretendida normalidad.Los victimarios pronto quedaron etiquetados como rugbiers, como si esa condición los hiciera distintos o los convirtiera en marcianos; en todo caso, en miembros de una cultura ajena y reprobable que celebra la violencia. Que yo sepa, el rugby, como el deporte en general, promueve el espíritu de equipo, la entrega y la superación personal. Puede que estos valores degeneren a veces en un elitismo de clase, en el culto infantil a la fortaleza física y en el machismo más elemental. Eso explicaría las grescas que han protagonizado últimamente distintos grupos que practican este deporte. Pero las peleas callejeras y la violencia están lejos de limitarse a los rugbiers y han contaminado a franjas mucho más amplias de la sociedad. No es solo un problema del rugby.Sin duda el alcohol causa estragos entre los jóvenes, pero tampoco tiene la culpa. Al menos, no toda. Las borracheras a las que se entregan los chicos rompen los diques inhibitorios y los exponen a distintos peligros, pero parecería que las pulsiones violentas que la bebida desata en algunos de ellos ya estaban antes allí, latentes, buscando cauce. Hay que ir más allá. Creo que el hecho impactó tanto porque habla de la sociedad en la que vivimos. Pone sobre la mesa males y dispositivos con los que lidiamos a diario. Que lo haga de una manera tan brutal no debería impedir que los reconozcamos y nos reconozcamos en ellos.En un país donde la ley pesa poco, todo vale para imponerse sobre el otro y someterlo. En primer lugar, el poder puro y duro del más fuerte sobre el más débil. Y más todavía si ese poder garantiza luego la impunidad. Es probable...

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