Fútbol: la violencia y la hipocresía de siempre

Dos semanas atrás, Mauro Martín, el jefe de la barra brava de Boca, burló todos los controles y vio el partido desde atrás de un paravalanchas, a los ojos de todo el mundo. Tenía vedado el ingreso en la cancha. La policía estaba alertada. Las autoridades de los clubes, también.Cámaras de video y fotografías periodísticas dieron cuenta de la situación que, por deficiente y repetida, ya ni siquiera puede ser tomada como anómala. Martín había violado el derecho de admisión: estaba a la vista. Sin embargo, en un principio, lo negaron no sólo su abogado, sino hasta el propio Gobierno, que debió haber garantizado que ello no ocurriera.Anteanoche, otra violación de las reglas ocurrió en el partido que Independiente disputaba con Belgrano, en Avellaneda. Pudo verse en la transmisión en directo cómo eran arrojadas a la cancha bombas de estruendo, que afectaron a no pocos jugadores y asistentes en el campo de juego; afuera, parabrisas de varios autos aparecieron destrozados.La historia de violencia, intriga e intereses en torno de los barrabravas inscribía así otro capítulo negro en la historia del deporte más popular del país.Hace unos meses, el ministro del Interior, Florencio Randazzo, a instancias de la propia Presidenta, reclamó a los clubes las listas de los barrabravas, a quienes no se les debía permitir el ingreso en las canchas. Parecía para entonces que la violencia en el fútbol comenzaba a ser considerada como un hecho grave. Ese funcionario presentó con bombos y platillos un sistema digitalizado para evitar este tipo de "filtraciones".¿Qué pasó con Martín y con la violencia de anteanoche? Falló el sistema en su conjunto. Ni la Policía Federal ni el club ni las autoridades políticas lo admiten, pero está claro que una persona muy buscada no podría colarse fácilmente si no contara con la protección de algún entorno y con la ineficacia...

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