Fuegos cruzados

Dispararon al mismo tiempo, pero no en la misma dirección. El secretario de Justicia, Julián Álvarez, denunció que , que es propiedad de Cristina Fernández, no está cumpliendo desde hace varios años con la de presentar sus balances, pero la exculpó tímidamente al agregar que esta irregularidad "es menor que pasar una luz roja y tiene un castigo de menos de trescientos pesos". ¿Hay por lo visto delitos menores, excusables, sobre todo si los comete la Presidenta? ¿A qué distancia nos hallamos entonces de aquella famosa anécdota según la cual San Martín, a la sazón jefe del Ejército de los Andes, reprendió a un centinela por no haberlo castigado a él mismo debido a una omisión menor?

"Dura lex sed lex", decían los romanos. Según este criterio, aunque la ley sea dura, bastaría para confirmarla con reconocer simplemente que es la ley, y aquí se acabaría la discusión. Aunque haya pretendido aplicarla nada más que un simple centinela por lo bajo y nada menos que al jefe del Ejército por lo alto, para la escuela sanmartiniana éste es al criterio único e invariable que debe regir la aplicación de la ley a todos los responsables y bajo todas las circunstancias.

Sobrevuelan aquí dos conceptos antagónicos sobre la vigencia de la ley. Según la interpretación sanmartiniana, la vigencia de la ley es el criterio supremo al cual ningún otro debiera anteponerse. No hay ninguna otra razón capaz de aminorar, de relativizar, la supremacía de la ley. Para esta concepción "absoluta" de la ley, todo el problema consiste, en cada caso, en determinar la ley que debe aplicarse y lo demás derivará automáticamente, por añadidura, de esta primera determinación.

Si llegáramos a salir de esta recta avenida, nos internaríamos en la infinita maraña del relativismo. Hay vulneraciones graves y no tan graves de la ley. Hay excepciones y hay circunstancias. Hay pecados mortales y pecados veniales. Pero también por este camino rige un criterio tan elástico que se pierde en la escala infinita de las diferenciaciones. Toda esta maraña de las distinciones se diluye delante de la firme decisión de cumplir siempre con la ley, absolutamente. En las buenas y en las malas. Cuando conviene y cuando no conviene. Según este criterio absoluto de la ley, no hay otra distinción válida que la derivada de la misma ley. Ser o no ser. Más allá, espera la barbarie.

Puestos frente a la necesidad de definirnos ante la ley, en suma, podremos escoger sólo entre dos alternativas: honrarla o...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR