Las fricciones entre el arte y la religión

Stefan George

Aunque no podría decirse que fuera un asunto que lo preocupara tanto como a Romano Guardini o Hans Urs von Balthasar (dos nombres propios, sin salir del siglo XX), la solidaridad y la fricción entre el arte y la religión atareó también al teólogo Hans Küng, muerto esta semana . Uno puede pensar inmediatamente en su libro Música y religión. Mozart, Wagner, Bruckner , reunión de escritos dispersos salido en 2006, que corona el ensayo sobre "arte y sentido", con la incertidumbre de que la obra de arte pueda todavía tener sentido en un tiempo sin sentido evidente. Pero la pregunta de si acaso, y cómo, la música de Mozart denota huellas de trascendencia (para quien quiera oírlas), esa pregunta, ineffabile mysterium en medio de la música (o en la música misma) estaba ya formulada antes en La encarnación de Dios , su monumental estudio sobre Hegel de 1970. Küng observa entonces que, por un lado, la filosofía del arte hegeliana reacciona contra la secularización del arte propia de la Ilustración, pero, por el otro, a contramano de cualquier soberbia artística, afirma que "está fuera de duda que el arte no puede ser lo más alto y lo último". El arte no puede renunciar a la religión (sería renunciar a la verdad) pero tampoco puede confundirse con ella, mucho menos sustituirla. Sin embargo, esto último fue una tentación repetida. Lo fue para Richard Wagner, que como señala Küng no logró un "Evangelio según Wagner", y lo fue también para el poeta Stefan George. No hubo en la lengua alemana fuerza mayor que la suya en la vuelta del siglo. No resulta fácil explicar por qué casi nadie lee ya a George. Tal vez haya sido por la completa secularización de la figura del poeta que hubo desde entonces. Todo tendía en él a separarse del resto: la poesía debía ser algo restringido, literalmente sagrado. El hereje George, como un obispo profano, administraba la estetización tipográfica, su efigie como de acero y una comunidad profana de fieles. Su libro mayor fue El año del alma , de 1897. La editorial Serapis publicó hace poco la traducción íntegra que hizo Héctor A. Piccoli de ese libro, y lo hizo además con la preservación del tipo de imprenta original que diseñó Melchior Lechter.

En uno de los números de la revista Blätter...

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