Florida, la última frontera

Caminar por la avenida Corrientes, desde la esquina de Callao hacia el Bajo, mantiene, pese al paso de los años, gran parte de la magia que hizo querible y a la vez incomparable a la ciudad de Buenos Aires. Míticas esquinas, con bares, librerías y teatros de renombre, cobijadas por el frenético ir y venir de miles de raros especímenes de la fauna autóctona urbana.

Corrientes sigue siendo para los cultores de la noche esa galería iluminada en la que todavía sobreviven retazos de la Buenos Aires bohemia de antaño.

El bar La Paz, o el Ramos, un poco antes de la pizzería en la que desde su marquesina Gardel sigue sonriendo junto al Obelisco. Después. el Metrobus, y del otro lado de la 9 de Julio, los teatros, y más luces y más gente. Una Buenos Aires que se muestra reluciente, hasta la esquina de Florida.

Adentrarse en el corazón de la City después de las diez de la noche es otra historia. Allí aparece la ciudad olvidada, la de los contenedores desbordados. La de las toneladas de papeles desparramados por los cartoneros y que nadie parece dispuesto a limpiar.

Como si la renovada Florida se convirtiera cada día tras la caída del sol en esa última frontera de lo que se puede –y se quiere– mostrar.

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