El fino arte de regar y otros misterios

Nuestro olivo; hace un año era una ramita tímida y ahora ya está casi para ir a tierra. ¿El secreto? No lo creerían

Los siguientes párrafos contienen escenas de jardinería explícita y podrían afectar a las personas sensibles. Se ruega discreción. Y una regadera circunspecta.

En algún momento de 1986 me fui, por fin, a vivir solo. Me llevé mis libros, mi escritorio de roble y una aralia que una querida amiga me había regalado. Amaba esa planta, tan delicada, exótica y silenciosa. Por entonces, mi acervo cultural botánico se limitaba a los árboles , sobre los que había comprado varios libros. Pero en esa época internet todavía no había llegado al resto de nosotros, y todo era mucho más difícil. Vaya esto como excusa por lo que sigue.

Mi aralia, al lado de una ventana, medraba saludable. Me inquietaba el riego, porque eran tiempos turbulentos en los que para seguir viviendo de mi máquina de escribir debía trabajar como 50 horas por día, incluidos los fines de semana, y a veces se me olvidaba; pero la hermosa planta nativa de Nueva Caledonia no parecía preocupada. No obstante, un fin de semana tormentoso decidí que un poco de agua de lluvia no le vendría mal y la dejé en el patio toda la tarde, toda la noche y todo el domingo .

Estas plantas, llamadas entre nosotros aralias, no son en realidad aralias. Pertenecen a la misma familia, pero su nombre científico es Plerandra elegantissima (otrora conocidas como Schefflera y como Dizygotheca ); se les dice también falsas aralias. Ocurre que si empezaba este texto hablando de una falsa aralia podía sonar a planta de plástico. Bueno, no. Y peor: las Plerandra detestan que se acumule agua, que fue lo que ocurrió ese fin de semana. Para el miércoles, de vuelta en su rincón al lado de mi escritorio, bajo la ventana, ya daba muestras de sentirse mal. Tres días después se había muerto. Nunca más tuve una aralia. O falsa aralia. Da lo mismo.

Fue un golpazo, pero aprendí la lección. Me puse a investigar, averigüé lo que había pasado y desde entonces me grabé un mandamiento que todos los que nos llevamos bien con las plantas sabemos. Regar es un arte.

A falta de internet, la notable The MacDonald Encyclopedia of Plants & Flowers, compilada por Frances Perry, edición de 1981 (que compré en 1984 en Buenos Aires)

Por ejemplo, hace más o menos un año, nos regalaron un olivo . Es decir, un pichón de olivo. Una ramita flaquita en una maceta. Ahora que tenemos esta maravilla de apretar tres botones y tener...

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