El fino arte de desordenarlo todo

Desde que tengo memoria me han censurado, ridiculizado y mortificado a causa de mi desorden. No les falta razón, lo reconozco. Soy tan desordenado que parece adrede. Más aún, soy muy eficiente para originar desorden. Mi mesa de trabajo, en casa, ya parecía el resultado de un desastre natural al día siguiente de mudarme.Cocino todos los días. Lo hago porque me gusta, no de vez en cuando y tras dejar un tendal de cacharros grasientos o carbonizados. Todo lo contrario. La cocina es uno de mis espacios favoritos, y me ocupo en consecuencia. Pero mi alacena, ¡ay! Los que, pobres almas, llegan a vislumbrar su interior nunca están seguros de si se trata de una instalación de arte provocativo o el fruto de una alucinación medicamentosa. Personas que me quieren bien intentan revertir ese estado de cosas. Sin éxito, porque lo mío es un don. No desidia o negligencia. Mucho menos mala intención. Al revés de lo que podría sospecharse, mi desorden, como el de todos los que pertenecemos a esta elite incomprendida, no es sino una forma diferente de orden.No, ya sé, no es lindo. En el diario, por escrúpulo, mantengo mi escritorio lo más despojado posible. De otro modo, inevitablemente, terminaría llamando la atención. Pero no me hablen de caos, porque en el sentido estricto de la palabra mi desorden no es caótico. Me declaro aquí en rebeldía con la segunda acepción que le asigna el Diccionario de la Real Academia Española. En mi alacena no existe confusión alguna. Es más bien al revés.En el fondo, se me ocurre, se trata de una cuestión de economía. El orden requiere esfuerzo. Conlleva tiempo e impone un costo condenado al derroche. El desorden, en cambio, surge solo, es espontáneo. Nadie, que se sepa, va y deshace la cama, mueve al azar las cosas de su mesa de luz, dispone la vajilla de modos insensatos o deliberadamente distribuye libros o lápices por doquier sin razón alguna.El desorden es la biografía de nuestros quehaceres. Ni las galletitas están ahí por casualidad, ni las tazas, ni el tomillo. Cada fracción de ese aparente desorden responde, en...

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