El fin de la política emocional

Cuenta entre íntimos Florencio Randazzo que la única razón por la que no renunció hace varios meses es que, el día en que le reprochaba a Cristina Kirchner no haberlo dejado competir con Daniel Scioli por la presidencia, ella rompió en llanto y le pidió que siguiera hasta el final. Habrá sido el último acto de lealtad del ministro del Interior: la semana pasada, contra la negativa del resto de sus compañeros a exponer la transición, se sacó una foto con su sucesor, Rogelio Frigerio.

Algunas órdenes y protocolos típicos del kirchnerismo vienen perdiendo fuerza desde el ballottage. Un día después, al 5° piso del edificio de la Av. Julio A. Roca 651, donde funciona la Secretaría de Industria, llegó la instrucción de remover el cotillón militante de las paredes: afiches de Néstor y Cristina Kirchner, carteles con la inscripción "Clarín miente", entre otras muestras de identidad. Como si toda la administración hubiera ya asimilado la idea de la muerte de la política emocional.

Es probable que, en adelante, los ministros decidan su renuncia o sean echados de acuerdo con razones más cerebrales, como los resultados de gestión o eventuales incompatibilidades en la función pública. Es el cambio de paradigma que vienen percibiendo los empresarios que han tomado en estos días contacto con el macrismo: la pretensión del nuevo gobierno será, con lo bueno y con lo malo que eso supone para un hombre de negocios, la restauración de un sistema de reglas.

Esta noción es considerada ingenua en el mundo de la política. Algo de eso le transmitió Cristina Kirchner a Macri en el breve encuentro de la semana pasada. Más que hostil, ella se mostró ese día inmensamente reveladora de cómo se había sentido tratada en estos años. Además de confesarle su anhelo de ser despedida la semana próxima con los militantes en la calle, le anticipó que, en pocos días, él entendería el peso real de ser presidente: paros de Hugo Moyano, críticas de la prensa, sectores que ponen trabas todos los días. No fue magia.

Macri salió decepcionado. Es imposible separar el contenido de aquella charla, más centrada en las circunstancias del presidente que sale que en los desafíos de quien llega, de la discusión sobre dónde se entregarán el bastón y la banda presidencial. La conclusión de ese tironeo está más allá de quién tenga razón: a la jefa del Estado le cuesta el traspaso como a ningún otro presidente desde 1983.

Macri aprovechará estas externalidades para marcar diferencias con su...

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