Filosofía y democracia

AutorFelipe Giménez Pérez
CargoComunicación defendida ante los XIV Encuentros de filosofía, Oviedo 13-14 de abril de 2009
1. Introducción

Se trata aquí de explorar las conexiones existentes entre la democracia y la filosofía más allá de alguna conexión accidental, si es que alguna conexión necesaria hay realmente entre ambas. También se trata de indagar qué función desempeña la filosofía en el régimen democrático, así como el futuro de la filosofía en el Estado democrático.

La democracia es un producto típicamente occidental y la filosofía también, así que de alguna manera, algún vínculo habrá entre filosofía y democracia. La filosofía antigua tuvo una cierta conexión, aunque conflictiva, con la democracia. Filósofos clásicos antiguos vivieron en sociedades políticas democráticas y las sometieron a una crítica implacable e inmisericorde. Pensaron las relaciones entre filosofía y democracia como esencialmente conflictivas cuando no de incompatibilidad absoluta. Sólo algunos pensadores secundarios, algunos de los sofistas, llegaron a valorar positivamente la democracia. Sócrates y su círculo fueron antidemócratas, adversarios de la democracia. Esto le costó a Sócrates el ser condenado a morir bebiendo la cicuta. Platón fue un ilustre y clásico crítico de la democracia. Antístenes, por lo poco que de él sabemos, también lo fue. La Escuela Cínica derivada de Antístenes fue crítica con la democracia en la medida en que desarrolló una actividad gestual y lúdica crítica con los valores de la cultura antigua tal y como han quedado testimonios de la vida y anécdotas y chistes de sus dos principales representantes, se trata de personajes tan célebres como Diógenes el Perro y Crates. Los estoicos, por su parte, nacidos del cinismo, también prosiguieron en la crítica de la democracia.

La democracia antigua tuvo pues una conexión problemática con la filosofía. La filosofía en consecuencia, no ha tenido una conexión o relación amistosa con la democracia

Cabe ahora preguntarse si entre democracia moderna y filosofía se da una relación positiva en cambio.

Tenemos que decir a este respecto que, stricto sensu, desde un punto de vista antiguo, nuestros modernos sistemas políticos representativos no son democracias, sino oligarquías de partidos o Estados de Partidos como afirman Leibholz y Manuel García Pelayo entre otros. En estos nuestros modernos Estados de Partidos el procedimiento técnico de participación de los ciudadanos en la conducción de los asuntos públicos es la elección, no el sorteo, procedimiento característico en las democracias antiguas.

La democracia moderna, o régimen representativo tampoco ha sido muy apreciada por los filósofos contemporáneos. Sólo pensadores muy tardíos, posteriores a la Segunda Guerra Mundial como Habermas y Popper por poner dos ejemplos destacables y famosos, se han mostrado explícitamente en sus obras filosófico-políticas fervorosos partidarios de la democracia, de la libertad democrática, del Estado de Derecho y de los derechos humanos, así como del capitalismo y de la abolición de la pena de muerte. Popper representaría la corriente liberal (aunque se puede extraer bases de su pensamiento filosófico-político para fundamentar una política socialdemócrata) y Habermas la corriente socialdemócrata.

2. Liberalismo y socialdemocracia

Los dos paradigmas político-ideológicos de nuestra época y que están presentes y dominan en las sociedades capitalistas democráticas contemporáneas actuales son el liberalismo y la socialdemocracia.

El liberalismo sostiene que sólo existen los individuos, quienes se rigen por su libre voluntad o libre apetito en un mercado libre pletórico de bienes y se autodeterminan siguiendo su racionalidad egoísta. Por lo tanto, es menester no poner trabas ni obstáculos a las libres decisiones racionales de los individuos. Los individuos conseguirán así las más altas cotas de felicidad y en el mercado se llegará a una situación de equilibrio entre oferta y demanda.

La socialdemocracia sostiene la necesidad de la continua intervención estatal en los asuntos de los individuos y de la sociedad civil., en la economía, en la moral, en la educación, en la cultura, en el pensamiento. Todo ello para conseguir una sociedad de consumidores autosatisfechos, libres e iguales.

Hay puntos comunes de estos dos paradigmas. Puede haber no sólo un diálogo intraparadigmático en el seno de cada uno de tales paradigmas, sino también un diálogo interparadigmático, puesto que hay bastantes extremos que les son comunes a ambos y que por tanto les unen igualmente.

  1. No quieren la pena de muerte. Eso es malo. Hay que buscar la reinserción del delincuente.

  2. No quieren la guerra. Eso es malo. Tiene que haber una educación para la paz.

  3. Aman la tolerancia ideológica, religiosa, moral como consecuencia del relativismo.

  4. Creen en el Estado de derecho y por lo tanto, en el gobierno de los jueces.

  5. Creen en los derechos humanos y por lo tanto, se abstendrán de adoptar medidas drásticas para mantener la eutaxia política del Estado.

  6. Creen en la democracia como último estadio de la Historia de la humanidad. Es el final de la Historia del Género Humano.

  7. Desprecian la filosofía. La argumentación racional y sin concesiones es impopular y ellos buscan la popularidad. Todo lo que sea buscar la verdad y sostener su existencia les es ajeno y contrario.

  8. Son progresistas. Están imbuidos de la Idea de Progreso global. Todo camina siempre hacia mejor.

Claro, que estas diferencias son las actuales. Nadie sabe si estos dos paradigmas se fusionarán finalmente en un único paradigma de pensamiento político-ideológico en el seno de las sociedades opulentas de mercado pletórico de bienes, o se irán distanciando y variando sus aristas paulatinamente.

El liberalismo, por ser individualista y darwinista y creer en el mercado como principal instancia social directora y rectora del Estado y de la sociedad burguesa, está más cerca de una concepción política realista y de perforar el velo de Maya ideológico entendido como falsa conciencia social que envuelve a sus partidarios. El liberalismo es partidario de la espontaneidad social y por lo tanto no es partidario de un diseño planificado de la sociedad. No quiere intervenir en las corrientes que habitan en la sociedad burguesa. No hay una teleología que deba ser organizada por un partido o por un gobierno e impuesto desde la autoridad del Estado y de la propaganda dirigida por el Gobierno. Por eso el liberalismo es liberal -partidario de las libertades individuales-. Es conservador -no cree en las innovaciones teledirigidas por un partido o por un Gobierno desde fuera de la sociedad civil...

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