Fibra de titanes

Tiene algo de fotomontaje: el niño nítido, radiante y en foco; los ginkgo biloba difusos, luminosos y como vistos de refilón. Hacen buen juego, el salto del chico y la sólida presencia de los árboles. Es otoño de aquel lado del mundo, y en Tokio los ginkgo muestran su mejor rostro. Son un tapiz trémulo, entre amarillo y cobre; una celebración de la belleza tan absoluta como la del niño sorprendido en pleno juego. Lo acompañan bien, los ginkgo, ese prodigio llegado del fondo del tiempo: fósiles vivos, maestros de supervivientes. Hace 72 años, cuando de las ciudades de Hiroshima y Nagasaki sólo quedaba tierra...

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