Con fe, con esperanza y como sea

Afines de los años 70, Peter Sellers protagonizó una película en la que un inocente jardinero respondía con frases sencillas y una sonrisa beatífica a todo lo que se le decía. En una sociedad saturada de palabras huecas, esto le concedía al personaje un aura especial, a medio camino entre la idiotez y la iluminación mística. Pero había algo más importante: al no dar una respuesta concreta a los interrogantes que se le planteaban, cada uno obtenía de él, o de su sonrisa enigmática y pueril, aquello que quería escuchar. Este mecanismo por medio del cual todos depositaban en su persona lo que deseaban encontrar lo hacía ascender en la escala social y política hasta llegar, al margen de su voluntad, a las más altas esferas del poder.

La película se basó en la novela Desde el jardín, de Jerzy Kosinski, que como usted a estas alturas habrá advertido tiene también su versión local. Que esta versión vernácula no provenga de la literatura o del cine, sino de la política, habla de la originalidad de la sociedad argentina. Aquí ocurre en la realidad aquello que en cualquier lugar del globo sólo existe en la imaginación afiebrada de los artistas. Ojalá Kosinski nos perdone desde su tumba: la nuestra es una adaptación libre y, sobre todo, de final incierto.

Además de sonreír, el protagonista de la versión local repite como un mantra dos o tres palabras tan gastadas que resultan incluso más ambiguas que el gesto. No importa si le preguntan por la inflación, el clásico del domingo o los primeros fríos del invierno. Cada vez que abre la boca, vuelve a esas palabras como el perro va al hueso, y todos contentos. Su letanía opera como un aforismo zen: en ella los empresarios leen que con él habrá vía libre para toda clase de negocios, los medios creen que florecerá la libertad de expresión, la Iglesia interpreta que el apego a las tradiciones está asegurado, mientras que los revolucionarios oyen la palabra "esperanza" y vislumbran un mañana cargado de futuro.

Como el personaje de Peter Sellers, este hombre, casi a su pesar, de una limitación extrema hace una gran virtud, algo que suele ocurrir en los libros, las películas y los países generosos como el nuestro.

Sin embargo, a diferencia de la criatura imaginada por Kosinski, él sí tiene una meta. Para alcanzarla parece dispuesto a todo, incluso a mostrarse como un vaso vacío que los demás llenan a voluntad: a veces es mate cocido, otras...

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