Una fascinación difícil de explicar

Es curioso como en pocos años los espectadores locales de telenovelas pasaron de quejarse y evitar como la peste a las tiras brasileñas por sus dudosos doblajes a aceptar sin dudas los espantosos diálogos traducidos del turco al castellano de los culebrones llegados de Estambul. En el viraje en las ficciones importadas se perdieron las imágenes de tradiciones foráneas inofensivas como las de la industria cafetera en aquella maravilla que era Café con aroma de mujer, para sumar otras como los matrimonios arreglados, las novias niñas y otros horrores que muestran diariamente tiras como Sila y Esposa joven.

Programadas en Telefé y El Trece -respectivamente- para competir diariamente, estas dos historias transcurren lejos de Estambul y del "mundo moderno" que mostraba Las mil y una noches. Ambientadas en feudos rurales, acá no hay mujeres arquitectas dedicadas a sus carreras sino esposas sometidas, castigadas, forzadas y obligadas a aceptar las tradiciones más antiguas para sobrevivir. Todo podría entenderse como una denuncia si no fuera que, como sucedía con Enur y Sherezade, la mujer abusada y maltratada terminará amando profundamente a su propio verdugo. Así ya lo insinuó Sila, en donde la joven millonaria obligada a casarse con el apuesto jefe de la tribu comenzará a verlo con buenos ojos, aunque, en un ataque de celos, el hombre abuse sexualmente de ella. Un crimen que pasará casi desapercibido narrativamente luego de unas tibias disculpas -"soy un hombre repugnante, Sila, perdóname"-, cuando la bella protagonista sea salvada por su marido de morir en un campo minado. Si la trama suena absurda -incluso como tópico de una telenovela-, es porque lo es, pero más desconcertante aun es el interés del público local que de tan obsesionado siguió atento la suerte de...

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