La estirpe de un periodista, la libertad de un soñador

Cuatro periodistas marcaron mi carrera. Claudio Escribano, Alberto Laya y Germán Sopeña fueron maestros, ejemplo, guías. Al cuarto no lo conocí: Ignacio Ezcurra. Yo tenía 12 años cuando murió en Vietnam, y me acuerdo del estrépito y la causó en mis padres, viejos lectores de LA NACION.

Volví a cruzarme con su historia, fugazmente, mientras estudiaba periodismo. "Este pibe era muy, muy bueno. Busquen lo que escribió y no dejen de leerlo", recomendó un profesor.

Más tarde, ya incorporado al diario, vi en el corazón de la Redacción su célebre foto con el casco, tomada en Vietnam. Podía ser interpretada como lo que era, un homenaje, un tributo, y también como la presencia de un centinela, un protector de lo mejor de esta profesión: la búsqueda de la verdad llevada, si hace falta, hasta el extremo del heroísmo.

Por los años 80, una madrugada fui al archivo del diario, en el edificio sobre la calle Bouchard, y leí varias de sus notas. Ahí empezó el idilio, el deslumbramiento. Comprobé que realmente se trataba de un grande, de alguien distinto y, me animaría a decir, único. Sabemos que la muerte tantas veces mejora a las personas. Una muerte así, a los 28 años, en un frente de guerra, podía haber contribuido a agigantar su imagen. En realidad había pasado lo contrario. La tragedia había frustrado una trayectoria destinada a alcanzar cumbres insospechadas. Ignacio estaba señalado para hacer historia no por morir bajo los tiros en Vietnam, sino por la dimensión extraordinaria de su trabajo periodístico.

A una edad en la que la gran mayoría -sobre todo en tiempos de extensos cursus honorum en las redacciones- estaba haciendo los palotes, él ya había escrito artículos inolvidables. Su "Reportaje al poder negro" (1967), sobre el conflicto racial en Estados Unidos, es una maravilla narrativa y de investigación. En 15 días, un desconocido jovencito llegado desde la remota Argentina había recorrido los principales ghettos del país, desde Nueva York y Washington hasta la incendiada Detroit, y había entrevistado a los principales líderes negros (Martin Luther King y Rap Brown, entre otros), a relevantes dirigentes blancos como Robert Kennedy, y a cientos de norteamericanos de a pie.

Aquel largo artículo, escrito en primera persona (por entonces, algo muy poco usual), empezaba así: "Me ahogaba. Ya no era por el calor sofocante y pegajoso de Nueva York, esa atmósfera llena de rascacielos, multitudes, neón y de insensible apariencia. Era una sensación...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR