Un espejo inquietante

Dentro de lo que cabe, hay que reconocer que Sandra tuvo buena suerte. La orangutana nacida en zoológico de Rostock y radicada (aparentemente contra su voluntad) en una institución similar de Buenos Aires, fue noticia esta semana porque la justicia argentina le reconoció derechos básicos como "sujeto no humano" y accedió a concederle un recurso de hábeas corpus. Ahora Sandra, a sus 29 años, podrá gozar por primera vez de una libertad que, según presumen algunos humanos, será lo mejor para ella.

El caso, que ha tenido repercusión en distintos medios y habilitaría masivos pedidos de liberación de animales en cautiverio, actualiza una cuestión que para hombres y mujeres siempre ha sido conflictiva y contradictoria: el modo en que nos relacionamos y convivimos con los animales, ese espejo inquietante en el que no podemos dejar de reconocernos. Los tememos, los cazamos, los comemos, los usamos para hacer experimentos que no practicaríamos en nuestra propia carne. También les hablamos, les atribuimos sentimientos y conductas humanos, o poderes sobrehumanos.

El caso de Sandra nos recuerda que ya hubo una época en que los animales estuvieron sujetos al derecho. Lo analiza muy bien Michel Pastoreau en su libro Una historia simbólica de la Edad Media Occidental, publicado por Katz hace algunos años. Allí el autor dedica unas cuarenta páginas a analizar el papel protagónico de los animales en la vida cotidiana, algo inédito en la Antigüedad, cuando eran mera fuerza de trabajo, alimento o, en la consideración más elevada, ofrenda de sacrificio ritual. El Medioevo, en cambio...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR