Lo que se escondía en unas viejas fotos

Las fotos del pasado pueden tener efectos inesperados. Éstas aparecieron, de casualidad, cuando ordenaba el contenido de viejas cajas de cartón. Son copias de calidad dudosa. Las tomé (recordé de pronto, como si el detalle tuviera alguna importancia) con la honesta y leal cámara de bolsillo que me acompañaba en aquel viaje de mochilero impenitente. No tienen nada de excepcional, si se descuenta un pormenor. Son irrepetibles porque fueron sacadas en un lugar que ya no existe: para ser preciso, desde el piso 107 de una de las Torres Gemelas, donde se encontraba la plataforma de observación. Lo llamativo del conjunto es la escasez de panorámicas. La mayoría de las instantáneas se dedican a registrar la parte superior de los edificios contiguos, imponentes a nivel de la calle, comparativamente bajos desde esos 400 metros de altura. Esas construcciones, que corroboraban por contraste la propia posición, formaban parte del World Trade Center, el complejo que incluía a las Twin Towers: tampoco hoy están en pie.

Una coincidencia volvía más perturbadora la reaparición de esas fotos olvidadas. Di con ellas semanas después de visitar, por primera vez desde entonces, esa zona del bajo Manhattan. En el Ground Zero, el emplazamiento donde supieron elevarse las torres, hay actualmente una gran plaza seca. En ella, dos fuentes ocupan el perímetro original de los edificios brutalmente arrasados por el ataque terrorista de 2011. Cortinas de agua fluyen por sus paredes internas, de piedra negra, y desembocan en un hueco central que reproduce simbólicamente, sin pausa, el derrumbe, la caída. La austeridad del monumento es elocuente. No sólo recuerda una vacancia edilicia, sino también -sobre todo- a las casi tres mil víctimas de los atentados. Sus nombres (el número de latinos, un factor adicional de conmoción, es altísimo) se suceden al circunvalar ambas fuentes, convertidas en cenotafios, con el peso mudo de toda ausencia.

Las imágenes turísticas que acababa de redescubrir se me volvieron de pronto incómodas, como si la dimensión trágica que tiñe el recuerdo de las torres -y que la visita reciente no había hecho más que acentuar- obligara a clausurar cualquier evocación personal.

Se cumplía en esos días (es la última casualidad) el centenario del nacimiento de Roland Barthes. El crítico y teórico francés tiene muchos libros formidables, pero mi preferido es el último que escribió: La cámara lúcida, un breve tratado sobre la fotografía. Se me ocurrió...

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