Un agónico escape hacia 2014

Hubo un momento, el lunes, en el que López pensó que iba a quedar atrapado en 2013. Por un instante terrible, lo invadió un sentimiento de abandono y desolación tras el que no cabía esperar nada. Estaba perdido, preso de circunstancias que, como en una pesadilla, cifraban los padecimientos que marcaron el fin de año. Lo más grave es que la sustancia onírica de los hechos hizo que se entregara a ellos sin horror ni resistencia, como mecido por una agridulce resignación.Nadie lo mandaba a seguir viajando en tren, salvo la costumbre, un sordo empecinamiento y una inconfesable tendencia a la autoflagelación. El caso es que era tarde, pasadas las 22, y López se encaminó hacia una de las estaciones intermedias de la línea Mitre para tomar el tren que va de Retiro a Tigre. Trepó al andén envuelto en la más cerrada oscuridad. No había un alma. Evitó el banco, porque en la pared posterior se adivinaba la actividad frenética de los insectos, enloquecidos por el calor. Se acercó a las vías y allí, de pie, en medio de un silencio sobrecogedor, esperó.Fue como una meditación. El tiempo pasaba y nada cambiaba alrededor. Sólo la oscuridad, el calor, la soledad. Pero lejos de vaciar la mente, López adquirió conciencia de su precariedad. Esperaba lo improbable: una luz asomando a lo lejos, al fondo de esas vías devoradas por una de las noches más negras del año. Y esperaba a ciegas. Llegado un punto, supo que estaba dispuesto a pasar la noche allí y más también, si era necesario. Ahí entendió que estaba viviendo de prestado, y la noción de su propia vida, y hasta el suelo bajo sus pies, empezaron a desintegrarse. Entonces creyó que diciembre de 2013 se lo tragaba para siempre.Aquello era una versión sofisticada del infierno. Para perfeccionar el sufrimiento sólo faltaba que proyectaran, en su cerebro embotado, imágenes de en las arenas de Copacabana, caipirinha en mano y moviendo las caderas al ritmo de un samba, a Cameron festejando un hoyo en uno y a la señora cortando tallos de rosa en sus jardines de El Calafate. ¿Por qué me dejaron solo?, clamó al vacío. Allí, en la estación, con la luz se habían ido todos, incluso el guarda bonachón que por las tardes solía infundir ánimos con la promesa de que, tarde o temprano, el tren llegaría.Cuando ni la voluntad le quedaba, acudieron en su ayuda imágenes que había visto por la tarde en la televisión. Y lo salvó advertir que en verdad no estaba solo. Apenas era uno más entre los que, desde el calor, la oscuridad y el...

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