Es el primer runner con esclerosis múltiple en hacer 'El Cruce': 'Me dolía hasta el alma, pero ver a mi hija corriendo a mi lado no tenía precio'

Román y su hija, Valentina, en plena actividad en El Cruce.

Desde que Román Luna (48) era muy chico se enamoró de la pelota de fútbol cuando comenzó a dar sus primeros pasos y pases en Saira, un pueblito rural de unos 700 habitantes ubicado al sudeste de la provincia de Córdoba.

Tan en serio se tomó ese deporte que durante su infancia jugó en su lugar natal y en ciudades vecinas hasta que a los 14 años tuvo la gran chance de viajar a Rosario para ser parte de las divisiones inferiores de Newell’s y hasta vivió un tiempo en la pensión del club. Allí vio de cerca a un tal Gabriel Batistuta, que en ese momento debutaba en primera, a quien años después lo tendría como el gran referente en su posición: centrodelantero.

El fútbol era su vida, el deporte su gran pasión. A los 18 viajó a Buenos Aires para probar suerte en River y lo ficharon para Cuarta División. Más allá de no haber jugada en Primera tuvo la suerte de ser compañero de jugadores de la talla de Bruno Marioni, Rolando Schiavi y Matías Almeyda, entre otros.

Junto a sus compañeros de Cuarta División en River.

Un duro golpe

El tiempo fue pasando y como Román no pudo triunfar en el deporte que tanto amaba se reinventó, como a él mismo le gusta decir, estudió periodismo y desde hace más de 18 años se dedica a la comunicación digital. Para esa misma época conoció a Natalia, su compañera de vida, con quien tuvo a sus dos hijos: Valentina y Bautista.

La vida de Román parecía ser similar a la de cualquier esposo y padre de familia que trabajaba, salía con sus amigos y disfrutaba de su hermosa familia. Sin embargo, en octubre de 2012 comenzó a sentirse raro. Tenía hormigueo y debilidad en el brazo y la pierna izquierda, se le caían las cosas de las manos y su visión estaba borrosa, como si tuviera arena en los ojos. "Una mañana después de llevar al colegio a Valentina tomé la decisión oportuna de ir a la guardia del Sanatorio Anchorena, donde un doctor me atendió muy amablemente y por los síntomas que le manifesté con mucha astucia, luego de revisarme, me mandó a hacer una resonancia magnética. Ahí fue donde pudieron ver todas las lesiones que ya tenía mi cerebro. Quedé en ese lugar por unas horas y de ahí me derivaron al FLENI donde estuve internado varios días para hacer estudios y desinflamar el cerebro, punción lumbar y diagnóstico. Ahí caí en manos del Dr. Jorge Correale, mi actual neurólogo y amigo, el médico que me diagnosticó y me acompaña ya hace 10 años, el que me contó por primera...

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