Un episodio en la vida del escritor viajero

Leo: "Ahora estoy escribiendo corto, cada vez más corto. Cien páginas me parece un número ideal. Es, también, un modo de simplificar. No creo que vuelva a escribir cosas largas porque, incluso, algunos proyectos de novelas que tenía, como narrar la vida de una persona, veo que en cien páginas se lo puede hacer perfectamente. Además, cien páginas simplifican también la vida del escritor, porque el inconveniente de escribir novelas largas es que cuando uno comienza a escribirlas no sabe si va a salir bien y dedicarle un año a algo que no valga la pena es como para terminar con la carrera de cualquiera. En cambio, 100 páginas, a tres páginas por día, se terminan en un mes y un mes uno puede sacrificarlo ¿no?" Recuerdo: el encuentro fue en una confitería que ya no existe. Podría jurar que se llamaba Kalif y que el espantoso cartel con su nombre era celeste y con pretensiones de caligrafía árabe. Podría también jurar que estaba en la esquina de Rivadavia e Hidalgo. Lo único seguro es que César Aira, en ese tiempo, escribía allí, en esa confitería ambiciosa de un refinamiento que estaba destinado a serle ajeno. Escribía a mano, en sus libretas, todas las mañanas. Por entonces ya había publicado unas siete u ocho novelas y aún estaba muy lejos de ser el autor de las ¿setenta? ¿ochenta? novelas y novelitas que hoy conforman su voluminosa bibliografía. La entrevista fue en junio de 1991; no había manera de saber que esas declaraciones tan ingeniosas como extravagantes eran un manifiesto de vanguardia dentro de la literatura argentina: el inicio de un programa narrativo que aún continúa y que hace años sorteó las fronteras de Flores y Caballito, la vieja zona de influencia doméstica de Aira, para aterrizar en países de Europa, Latinoamérica y también los Estados Unidos.

Fui preparada a esa confitería. Una amiga periodista con mucho oficio y muy buena conversadora me había advertido que su entrevista con Aira había sido una tortura. "Todos monosílabos; sí, no, sí, no. Un horror". Mi don de charla podía llegar a ser el terror de todo fóbico, pero la advertencia de mi amiga actuó como incentivo. La estrategia residió en lograr mi propio silencio. Pude entender que él usaba esas palabras ("sí", "no") para responder en lo inmediato, pero luego seguía pensando, escribiendo en el aire, digamos, sus respuestas, si uno sabía esperar. Volví a entrevistarlo un par de años después, pero en público, en el edificio de Puán de Filosofía y Letras. Sus respuestas...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR