Entre la épica y la burocracia sindical

Néstor Kirchner elaboró un relato de la Argentina posneoliberal en clave "progresista", y puso una marca especial en el horizonte de la política democrática de los últimos años. Su estrategia de poder se proyectó casi simultáneamente hacia dos objetivos: el armado transversal de un territorio progresista que buscó aglutinar a todos aquellos sectores vinculados con los derechos humanos, movimientos sociales, y a una cultura de izquierda, que no participaban de la estructura justicialista o de la tradición peronista, y la cohesión del partido justicialista, del que en un primer momento desechó su jefatura y el uso de sus rótulos.El rol de los intelectuales cercanos al oficialismo fue esencial para otorgar cierta coherencia al debate en la arena política (quizá su máxima expresión fue Carta Abierta) y para orientar a la opinión pública tras un proyecto pretendidamente progresista, que entusiasmara sobre todo a las clases medias urbanas. El debate entre la vieja y la nueva política pareció tener, entonces, un carácter retórico y sirvió para justificar la aglutinación de fuerzas dispares tras un proyecto imaginario que separaba a los renovadores de la política de los conservadores.El pragmatismo de Kirchner, enlazado a un proyecto político que se mecía bajo diversas imágenes simultáneas, puso en marcha un fenómeno político nuevo, que era el testimonio de la crisis de los partidos y el quebranto de las identidades políticas. Su proyecto no dejaba de ser un dispositivo de acumulación de poder, que apostaba a la construcción de un universo propio de largo plazo.Lo que para algunos quiso ser una propuesta de renovación, fue paulatinamente desplazada en los hechos por...

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