Envidiarquía

AutorCésar Hildebrandt

La envidia es una rata que conozco desde hace mucho tiempo. Cuando yo tenía muy pocos añoos y estaba seguro, ingenuamente, de que el mundo sería un teatro amable y la gente unos prójimos que te saludaríaan con un dejo de complicidad, entonces vino una rata color ceniza y me mordió el tobillo.

Lo que pasó es que un profesor de literatura había hablado bien de uno de mis exámenes. A mala hora se le ocurrió tal cosa.

Más tarde tuve que presidir fue una orden dada en la atmósfera semicastrense del “Leoncio Prado”, el llamado “Club de Oratoria”, que era una vaina más bien huachafienta. Dos ratas me enseñaaron sus dientes asomándose por la trampa del lavabo.

Y cuando alguien cometió el error de nombrarme co-editor del álbum de la promo, un ejército de ratas chillantes entonó un himno a la envidia que me dejó en vela toda una noche.

Alguna vez, cuando empezaba en este oficio de ratas y cascabeles, me nombraron precozmente editor de un suplemento en un diario ya difunto. Una rata apareció colgada de mi arteria carótida y otra, su socia, se habíasituado abajo, con el hocico abierto, esperando la nutritiva gotera.

Más tarde, en “Caretas”, cuando a Zileri se le ocurrió poner a ese recién llegado primero en la lista de redactores y, luego, ascender a ese advenedizo a una jefatura de redacción que parecía demasiado premio para tan pocos meses, una rata condecorada en cien desagues entró a mi oficina y me llenó de insultos bigotudos.

Y ya no hablo de la televisión y de los añoos que pasaron sin ningún éxito, como se ha visto llamando a los desrratizadores, poniendo sufletes de Racum en los baños y bocados mortales disfrazados de queso Camenbert en ciertas cabinas de audio.

Lo que quiero decir es que esa rata de la envidia ha llegado a ser, de tanto aproximárseme, parte de mi vida, cómica dentadura que amenaza, polizón de mi bolichera y musgo de mis jardines.

Con los años descubrí que no es uno el que provoque a la rata lo que me extrajo del complejo de culpa. Porque aunque pongas cara de San Antonio y te hagas la tonsura de los tocados por la gracia y trates de andar por la vida silbando bajito y a la sombra de los aleros, la rata roerá sus vacíos, volverá a darse cuenta de que nada le vale fotografiarse con pinta de Pivot de Los Olivos, averiguar que no te ha ido tan mal, comprobar la inutilidad de sus maldiciones, sabra que hay quienes te quieren por las veces que dijiste no y que en algo estiman lo que escribes y, sobre todo, cómo lo escribes, y...

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