Una entrevista con el pasado

Italo Calvino escribió que cada vida es una enciclopedia, una biblioteca. He recordado esta idea a menudo cuando el oficio me puso a las puertas de una entrevista. Con el mismo temblor con que hace treinta años me disponía a conversar con un desconocido, de quien tenía apenas indicios que me habían llegado con un libro o una película, tomo fuerzas para asomarme a esa vida con la curiosidad (con el temor) con que me huiese aventurado a recorrer la biblioteca de Alejandría.

Puesto a investigar el género de la entrevista, que cultivé en estos últimos tiempos con mucha mayor frecuencia que en los primeros años de la profesión, me pregunté qué razón llevaría a cultivar esa ardua disciplina a alguien que durante una buena parte de su vida ha sido renuente a la conversación. No conseguí una respuesta satisfactoria, pero sí algunos indicios. Uno de ellos es una medida de mi egoísmo. En la reconstrucción de una biografía, suelo comenzar por el principio: la infancia. No es un alarde de imaginación, pero sigo creyendo que en esos primeros años está la verdad de una vida: es una brasa tibia que se enciende apenas agitamos una mano sobre ella. Indago en la niñez de las personas a las que entrevisto en la esperanza de vislumbrar en ese espejo rastros de mi propia infancia. Todavía recuerdo la impresión que me provocó, en la penumbra de una sala de cine, el momento de El ciudadano en que el magnate de la prensa imaginado por Orson Welles, mientras agoniza, murmura una última palabra: Rosebud. Es el nombre del trineo con el que jugaba en su niñez.

He leído en estos días a los grandes teóricos del género (Mikjail Bajtin, Roland Barthes), y sin embargo, pese a la riqueza conceptual de esos trabajos y de las herramientas que proveen la lingüística, la semiótica o la filosofía, me sigue atrayendo más la experiencia concreta de la conversación. Una de las lecciones más reveladoras que tomé en mi carrera fue la lectura de las entrevistas de Playboy. Para cualquier estudiante de periodismo de los años 70, ese libro que reúne los mejores reportajes de la publicación de Hugh Hefner tenía el peso de un viaje de iniciación (y no sólo sexual).

Dos de esos textos resultan particularmente memorables: las entrevistas con Miles Davis y Marlon Brando. Después de no prestar declaraciones a la prensa durante veinticinco años, Brando invitó al periodista Lawrence Grobel, autor de las Conversaciones íntimas con Truman Capote, a que compartiera con él diez días en Tetiaroa, la...

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