El encanto de esas lecciones antiguas

No sabemos quién habrá sido el primero que contó una fábula con los ingredientes tradicionales con que se la conoce: algunos principios de moral y máximas saludables, impartidos generalmente en verso por simpáticos animalitos. Pero en la historia del género han quedado para siempre como los grandes maestros de la antigüedad Esopo y Fedro; luego, el francés Jean de La Fontaine, como el maestro de maestros (no estaría de más hoy repasar "El ratón de campo y el ratón de ciudad"), y, más modestamente y para los hablantes de español, Tomás de Iriarte y Félix María Samaniego.

En todo caso, y si los lectores han tenido oportunidad de haber sido educados con el ejemplo de las fábulas, habrán podido sobre todo aprender palabras distintas de las habituales en cualquier hogar, porque, a pesar de que el crítico literario español José Hermosilla dice que el estilo de la fábula debe ser fácil y sencillo, es cierto que el léxico incursionaba en todo el diccionario. Por ejemplo, en "Los dos conejos" de Iriarte, los podencos (¿?) les ganan a los galgos, aunque nunca en la vida uno haya visto ni de lejos un podenco.

Otro tema eran las ilustraciones. No nos referimos a las gloriosas de Gustave Doré para La Fontaine, porque ésas...

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