“En el hogar, me siento útil y contento”

"Hace seis meses que estoy en el hogar y cada vez me siento mejor porque me están pasando cosas muy lindas, muy positivas", confiesa Aldo Martínez, uno de los 20 abuelos que viven en el Hogar Santa Ana y San Joaquín de la Fundación Manos Abiertas, ubicado en la localidad de Villa de Mayo, en la provincia de Buenos Aires. Prolijamente afeitado y sentado en el patio de este lugar, donde le gusta escuchar el canto de los pájaros y disfrutar del verde, agrega: "Ésta es prácticamente mi casa. Estoy muy contento porque acá me tratan bien y me hice amigos".

Aldo es entrerriano y el menor de 11 hermanos. Empezó a trabajar a los seis años para ayudar a su familia y se las rebuscó para terminar el primario estudiando de noche. "Desde chico me gané las zapatillas", cuenta este hombre, quien para subsistir aprendió el oficio de panadero, tapicero y carpintero. El esfuerzo, el sacrificio y la alegría son los protagonistas que pueblan sus anécdotas y sus recuerdos.

Fue la artrosis y el intenso temblor en las piernas lo que, hace un tiempo, le impidieron seguir trabajando. Por esta razón estuvo internado dos meses en un hospital de Luján. Allí le contó a una asistente social que no tenía ni una jubilación ni un lugar digno donde vivir. Entonces le ofrecieron la posibilidad de mudarse al hogar y aceptó. La propuesta consistía en probar por dos semanas para ver si se sentía cómodo y luego de unos días Aldo no dudó, se quedó.

"Nos brindan todo lo que necesitamos: la comida, los remedios, el jabón, el champú, buena atención y hasta tenemos postre", se ríe. "¿Cómo es mi rutina? Me levanto temprano, cinco y media, seis. Participo en todos los talleres: yoga, el taller para ejercitar la memoria, gimnasia. Además soy el encargado de arreglar las cosas de la fundación, las sillas, las mesas, las llaves de luz", dice orgulloso, y aclara: "Quiero devolver un poco de lo mucho que recibo y trato de colaborar con lo que puedo dentro de mis posibilidades, porque ya no puedo hacer fuerza".

Aldo...