Empate político, estancamiento económico y reformas truncadas, en un país que se parte al medio

Festejo de los seguidores del expresidente Lula en Brasil

Todos los países de Europa occidental son desarrollados; ninguno de América Latina lo es. No hay razones para pensar que Grecia tiene mejores instituciones que Uruguay, o Irlanda más riqueza cultural que Perú. Por lo tanto, las causas del desarrollo hay que buscarlas en la geografía - o más bien en su utilización por los Estados, la geopolítica. A las potencias occidentales les interesó desarrollar a Europa e invirtieron en eso; el desarrollo latinoamericano, en cambio, no les mereció el mismo interés. El próximo presidente brasileño va a gobernar un país cuya única certeza es que queda en América Latina. Por eso, hoy hay que celebrar los principios de la democracia y prepararse para la decepción de su ejercicio.

Seamos claros: aun en el subdesarrollo, es mejor tener democracia que no tenerla. Y buena parte de los analistas internacionales temieron, cuando comenzó la pandemia, que la democracia desbarrancara en todo el mundo. El argumento era simple: si las medidas de emergencia habilitaban a los ejecutivos a restringir temporariamente libertades y controles, algunos líderes abusarían de esos instrumentos para erosionar la democracia de manera permanente. Los mecanismos del abuso serían dos: la imposición de medidas desproporcionadas y el mantenimiento de esas medidas una vez que la crisis pasara. En 2021, la prestigiosa organización V-Dem tituló su informe anual "La autocratización se torna viral"; en la Argentina, reputados intelectuales ya habían denunciado una infectadura.

Contra la marea, con Eduardo Levy Yeyati vislumbramos un resultado diferente. Pensamos que la prepotencia, que algunos gobernantes justificaban por la emergencia, podría alentar la resistencia al poder antes que su concentración. Esa resistencia provendría de instituciones como parlamentos y tribunales, pero también de organizaciones sociales y del mismo electorado.

La derrota de Donald Trump fue un indicio de confirmación: si antes de la pandemia Trump caminaba a paso firme hacia la reelección, su reacción inefectiva y autoritaria pavimentó el camino a la derrota. Lo mismo observamos ahora en Brasil: habiéndose enfrentado con el Congreso, con los jueces, con los gobernadores y con varios de sus propios ministros, Jair Bolsonaro termina superado por su némesis en la primera vuelta. La segunda está abierta, pero hablar de concentración del poder tiene poco sentido en una sociedad partida al medio.

Tres desafíos...

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