Elogio de los héroes veteranos

Imaginemos a un individuo de hace doscientos años. Imaginemos que se lo trasladara al presente por medio de alguna maniobra tecnológica. Lo desconcertarán primero los rascacielos, el tránsito, un adelanto científico, pero más pronto que tarde reparará, sorprendido, en la omnipresencia de los deportes. No hace falta remontarse tanto en el tiempo para entender el porqué del asombro. Cuando el escritor austríaco Robert Musil hacía que el protagonista de El hombre sin atributos (empezada a escribir en los años 20) se indignara de que un diario calificara a un caballo de "genial" y poco después se elogiara a un futbolista, no sólo estaba siendo irónico. El adjetivo implicaba -en esa novela que exploraba en clave el derrumbe del imperio austrohúngaro y, con él, una forma de entender la cultura- una derrota evidente de la inteligencia.

El pensador alemán Hans Ulrich Gumbrecht, en Elogio de la belleza atlética, un ensayo reciente, tiene una lectura más optimista: Musil, al señalar como genial el grácil movimiento de un caballo, había detectado un cambio de paradigma, la incidencia del cuerpo y el movimiento en el nuevo mundo que empezaba a cobrar forma. ¿A qué se debe la fascinación contemporánea con el deporte? Hay una multitud de razones, según el filósofo: a la belleza de los movimientos concertados o individuales, a la inquietud que provocan la lucha y la resistencia, a la emoción colectiva de los espectadores y también al simple hecho de que toda cuestión deportiva es un "acontecimiento", algo que se resuelve en un presente dado, con mucho de talento, bastante de azar y una infaltable adrenalina.

De tan repetidas, las fintas virtuosas de los deportistas actuales pueden llegar a parecer cosa de todos los días. Por eso quizá en mi caso prefiera la excepción de una casta admirable: la de aquellos que, ajenos al cansancio, a las lesiones, a la merma en el rendimiento y, claro está, a la edad, siguen adelante, como si continuar con lo que mejor saben hacer equivaliera a la respiración. Un veloz escaneo de la memoria lleva a elegir entre los ejemplos históricos (George Foreman, Martina Navratilova, Pinino Mas) a Jimmy Connors. Le tenía encono a Connors, no tanto por su rivalidad con Guillermo Vilas ni por su temprano noviazgo con Chris (Evert, se entiende) como por su malhumor aniñado, sus desplantes al rival, incluso por su juego batallador, lejos de la elegancia de los estilistas de entonces. Pero los años pasaron, a medida que perdía...

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