Elogio de las camisetas

El mundo parece moverse hoy en función de los plazos que le va dictando un campeonato de fútbol. Todos soñaron y algunos todavía sueñan con llegar a la final. Detrás de los sueños, se movilizan multitudes animadas por la pasión. ¿Diríamos que esta pasión es el nacionalismo? Sí, a condición de que lo caracterizáramos como un nacionalismo "incruento". Durante siglos, los hombres han matado y han muerto en nombre de LA NACION. Ella es la divisa que ha unificado detrás de sí a las más diversas ideologías e intereses. Pero, cuando las ideologías dejan de agredir al enemigo y se contentan con proclamar su fervor desde un estadio, las banderas son reemplazadas por las camisetas, que son su modesto sustituto. Detrás de las banderas desfilan ejércitos. Las camisetas son menos altisonantes que las banderas, pero, en cierto sentido, las sustituyen, porque les permiten a miles de personas expresar al unísono una misma pasión. Este grito puede ser desde el altivo "¡Viva la Patria!" que a veces bordea el sacrificio de la muerte hasta el gutural "¡Gol!" que simplemente desahoga la vida, pero su efecto en las masas es similar, ya que proclama un concurrente gesto de adhesión. Es en la coincidencia de unos y otros en torno del mismo grito que se opera, misteriosamente, su fusión. Cuando todos gritan lo mismo, en ese instante, dejan de ser una suma dispersa de individuos para convertirse, mágicamente, en un solo pueblo.Para que esta mutación tenga lugar, tiene que darse necesariamente la división de las multitudes no ya según sus divisas partidarias o fragmentarias, sino según sus naciones de pertenencia. En este caso se proclama ¡Viva la Argentina! o ¡Viva Brasil!; ya no ¡Viva River! o ¡Viva Boca! Bajo la modesta proliferación de las camisetas, los pueblos en paz han encontrado la diagonal del deporte.Hacemos el deporte en vez de la guerra. La violencia aún no deja de amenazarnos como la más peligrosa de las tentaciones, pero ha pasado a la retaguardia de las motivaciones humanas, sustituida triunfalmente por el deporte multitudinario. Allí, en el deporte masivo, se ha refugiado hoy la energía insustituible de la competencia. Sin la competencia no habría vida. Con la guerra, sólo habría muerte. En la medida en que podamos sustituir la guerra por la competencia sin caer por eso en la pérdida de la motivación, y en la medida en que logremos concentrar nuestras energías en competencias deportivas multitudinarias como, por ejemplo, el fútbol, el mundo...

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