Una electrizante montaña rusa que favoreció al gobierno y dividió peligrosamente a la oposición

Desde que el avión del entonces candidato presidencial socialista Eduardo Campos se precipitó a tierra en Santos el 13 de agosto, esta campaña electoral en Brasil fue una montaña rusa de emociones. Y si las encuestas están en lo cierto, habrá que ajustarse los cinturones para una vuelta final igual o más electrizante.Marina Silva había sido dada por acabada cuando después de no conseguir las firmas necesarias para crear su propia fuerza política, tampoco logró impulsar la candidatura de Campos tras ser invitada por él a formar parte de la fórmula del Partido Socialista Brasileño (PSB) y aprovechar así su peso específico. La muerte de Campos conmocionó al país y un gran número de brasileños -en su mayoría jóvenes, pertenecientes a la clase media emergente que habían participado en las protestas de junio de 2013- clamó por la asunción de Silva como reemplazante del fallecido gobernador de Pernambuco frente a la resistencia de ciertos sectores del PSB.Pese a la clara insatisfacción de amplios sectores de la sociedad, la presidenta Dilma Rousseff ya se había hecho a la idea de que disputaría una elección "tradicional" entre el Partido de los Trabajadores (PT) y el Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB), con Aécio Neves, y que ella ganaría. Pero de la noche a la mañana, Brasil se vio envuelto por el "tsunami Marina", que arrasó con los cómodos sueños de la mandataria y destrozó las pocas esperanzas que aún tenía Neves.Silva fue llamada la "Obama de Brasil" y la "Lula negra de polleras", la mejor abanderada del cambio que según las encuestas el 70% de la población brasileña ansía. Su discurso de "nueva política", por muy vago que fuese, comenzó a llamar más la atención que la telenovela del horario central de TV Globo. Luego comenzaron los errores?Para empezar, descartó alianzas locales con candidatos del PSDB que ya habían sido forjadas por Campos. Luego, presentó un programa de gobierno sobre el que tuvo...