El efecto bici

Se ahorra. Y uno no pierde tiempo. Hace ejercicio. Consume menos combustible. No poluciona. Ocupa menos espacio en el tránsito y nada en el transporte público. Pero lo esencial de andar en bicicleta es menos visible. Se lo intuye en esa expresión básica de goce que se instala en los rostros que avanzan en contacto directo con el aire. Esa leve sonrisa de movimiento y placer.

La cadencia del pedaleo, la respiración, la visión a cielo abierto, hacen que la mente de quien va en bici suelte preocupaciones, expectativas y ansiedades. Sólo quedan hilachas de alguna que otra idea residual, girando sobre sí mismas como mantras.

Del mismo modo que la meditación, andar en bicicleta vacía la mente y la abre a otros recorridos. Es ahí donde existen verdaderas sorpresas y destellan esas nuevas ideas que nos hacen decir: "Cómo no me di cuenta antes, si era tan obvio".

Ese despertar, como lo llama el Zen, se expande a otros campos y, cuando menos lo espera, la mente advierte que algo ha pasado en lo que consideraba su sistema de creencias. No es que uno haya cambiado. Simplemente, está más cerca de su propia naturaleza. Más en contacto con todo. Es más consciente de que la vida también es esto. Queda en uno tomarlo o perderlo.

Al dejarnos llevar por el camino, no es raro que en ciertos barrios que creíamos conocer descubramos otros barrios. Se nos amplían los detalles, leemos más en lo que vamos descubriendo. No vamos en una cajita de zapatos mirando por los agujeritos: estamos dentro de lo que ocurre.

Más allá de lo que cambia en uno mismo, al poco tiempo de descubrir el pedaleo el ciclista advierte que la bici también es convivencia. Los transportes motorizados son un riesgo, pues sobre las dos ruedas uno es su propia carrocería: cualquier descuido, propio o ajeno, puede sacarte del mapa. Pero decir que hay una antinomia auto-bici es quedarse atrás en el cambio cultural más poderoso que vive el transporte en las ciudades. Las calles hoy son territorio compartido. Los que andamos a pedal percibimos que ya no nos miran como enemigos potenciales. Hasta los colectiveros empiezan a vernos con buenos ojos (si no queremos adelantarnos e impedirles pasar). Basta considerar cuánto mejoró la relación desde que, por ejemplo, se comenzó a usar la red de ciclovías para confiar que la curva de entendimiento seguirá empinándose.

Al avisar con el brazo el tipo de maniobra que uno está por hacer y establecer un contacto visual antes de realizarla, la respuesta casi...

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