Educación inclusiva: una revolución a la que le sobran los porqués

No cabe duda de que en los últimos años la educación inclusiva viene ganando terreno en la arena pública. Para dimensionar ese avance, basta con mencionar su consagración normativa en la Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad y en otras regulaciones nacionales y provinciales, el surgimiento de algunas iniciativas estatales para garantizarla, su reconocimiento en decisiones judiciales y su mayor presencia en las producciones académicas y en los medios de comunicación. Sin embargo, estamos lejos de poder afirmar que existe consenso social alrededor de la idea de que todas las personas deben crecer y aprender juntas. Quienes trabajamos en este campo sabemos que estamos ante una de las tantas batallas culturales que exigen los tiempos que corren. Ante una de esas luchas que suponen disputar el sentido, redistribuir el poder y cuestionar aquello que siempre apareció como una verdad indiscutida.

Hoy la educación inclusiva sigue siendo puesta en tela de juicio y mirada con recelo. Así, nos topamos una y otra vez con una serie de "porqués" que ralentizan lo que ya debería ser una realidad para todas las infancias y juventudes de nuestro país. ¿Por qué las niñas y niños con discapacidad deben estar en escuelas generales si pueden estar con otros "como ellos"? ¿Por qué si hay centros especializados que pueden brindarles una educación pensada para sus diagnósticos? ¿Por qué si las y los docentes de la modalidad común no tienen herramientas para enseñarles? ¿Por qué si les van a hacer bullying ? Por qué, por qué y por qué.

Vamos por partes. En primer lugar, sostener que una persona con discapacidad es como otra a la que el sistema educativo atribuye el mismo tipo de discapacidad es falaz. Así como las personas sin discapacidad no son todas iguales, tampoco lo son las personas con discapacidad. Y como no son iguales, tampoco aprenden de la misma manera. No exageramos si decimos que hay tantas formas de aprender como individuos. Los conocimientos que construimos, las habilidades que desarrollamos y los significados que asignamos a lo que vivimos dependen de nuestra historia, de nuestros intereses, de nuestros vínculos, de nuestro entorno. Si los diagnósticos médicos no nos dicen cómo aprende una persona, entonces ¿cuál es el sentido de los colegios especiales? Si todas las personas, con y sin discapacidad, somos únicas en nuestras formas de ser y de aprender, ¿por qué deberíamos permanecer separadas?

Los diagnósticos no son lo que...

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