La economía española después de la crisis
Autor | Miguel Ángel Fernández Ordóñez |
Cargo | Gobernador del Banco de España. |
La profunda desaceleración económica que está afectando a todos los países del mundo y que en los países industrializados se ha convertido ya en una rápida e intensa recesión es, sin duda, la más grave desde la gran depresión de 1929. En los últimos meses, a duras penas se ha evitado el colapso de los mercados financieros internacionales y aún no sabemos cuáles serán las consecuencias finales sobre la economía real de todo lo que está sucediendo.
Ante esta situación, es inevitable que todos los esfuerzos se destinen a intentar salir de la crisis. Tanto a nivel internacional, como en España, se han adoptado medidas hasta ahora inimaginables, como las inyecciones ilimitadas de liquidez por parte de los bancos centrales o los amplios estímulos fiscales o los apoyos excepcionales al sistema financiero. A estas tareas están contribuyendo, como no podría ser de otra forma, gobiernos, políticos, banqueros centrales, supervisores, académicos, etc. No es raro, pues, que haya dedicado todas mis intervenciones de los últimos meses a analizar las causas de la crisis mundial y a repasar las distintas medidas para afrontarla.
Sin embargo, al recibir su invitación, que tanto agradezco, pensé aprovechar el ámbito de reflexión sosegada que siempre proporciona un foro universitario para tomar un respiro y meditar sobre lo que puede pasar con la economía española después de la crisis, cuando la economía global se recupere.
Tiene interés reflexionar sobre qué va a suceder después, porque el carácter mundial de la crisis está “homogeneizando” a las distintas economías, y al desdibujar las diferencias entre unas y otras, hace difícil apreciar sus diferentes deberes pendientes. Como nadie ha escapado a la crisis, resulta que ni tan siquiera aquellos países que actuaron prudentemente, esto es, aquéllos que no se endeudaron en exceso ni empeoraron su competitividad, están evolucionando mejor que los que no fueron tan virtuosos. Pero cuando la crisis termine, volverán a aparecer las diferencias. Cuando el mes pasado un avión que despegaba del aeropuerto de Nueva York estuvo a punto de estrellarse, la salud y la vida de todos los pasajeros venía determinada por cómo se resolviera esa crisis, sin que ello dependiera de su juventud, ni de su nivel de colesterol, ni de su exceso de peso o el estado de sus pulmones. El drama les igualaba a todos. Felizmente todos salieron sanos y salvos del aterrizaje en el Hudson, pero a partir de entonces, una vez acabada la crisis, la salud y la vida de cada uno de los pasajeros vuelve a depender del estado de sus órganos, de la dieta y ejercicio, así como de acertar con la medicación adecuada.
Todos los países del mundo han entrado en una espiral negativa parecida (desaceleración profunda -y a veces desplome- del consumo, del empleo, de la producción, del crédito, de la inversión…), lo cual podría producir el espejismo de que, una vez superada la recesión, todos los países se recuperarán de igual forma. Sin embargo, no será así. Cada país presenta unas particularidades que serán determinantes a la hora de definir su camino una vez superada la crisis, por lo que dedicaré mi intervención a reflexionar sobre lo que nos distingue de los demás.
La experiencia española muestra que desde el año 1985 hasta el 2008, la economía ha estado creciendo con tasas superiores a la media de la UE, con la única excepción de los años 1992 y 1993. Este espectacular crecimiento observado durante los últimos veintitrés años nos ha permitido acercarnos a los niveles de bienestar que disfrutan los países más ricos de la UE. Pero, ¿qué va a ocurrir con la economía española cuando salgamos de la crisis actual? ¿Volveremos a ver crecimientos tan satisfactorios como en el pasado?
La respuesta a esta pregunta es, como siempre en economía, “depende”. Si en España hacemos lo que tenemos que hacer, si se llevan a cabo las reformas necesarias, creceremos de nuevo por encima de la media europea. Pero si no reformamos, probablemente creceremos como la media de la UE o incluso por debajo, frenando la convergencia con nuestros principales socios económicos.
Pero, ¿por qué si hasta ahora hemos podido pudimos avanzar sin acometer estas reformas, es absolutamente imprescindible adoptarlas ahora? Antes de contestar a esta pregunta, fijémonos en las causas del crecimiento de la economía española en las últimas décadas. Un crecimiento tan elevado puede sorprender cuando se tienen presentes las deficiencias o puntos débiles de nuestra economía: un nivel educativo mucho más bajo que otros países europeos, un stock de capital reducido, un nivel tecnológico inferior y unas instituciones laborales que, como luego veremos, no generan los incentivos necesarios para mejorar la eficiencia individual y colectiva. ¿Por qué, a pesar de ello, hemos crecido tanto? En parte, porque hemos avanzado más que los demás países en algunas áreas, lo que ha compensado nuestras deficiencias relativas.
Por un lado, tenemos un sector público con un peso relativo más reducido que el de otros países europeos. Consecuentemente, un mayor peso del sector privado explica el mayor dinamismo de nuestra economía. Además, se ha producido una descentralización del gasto público similar a la de Alemania después de la segunda guerra mundial, lo que ha permitido -hasta la fecha- una mayor eficiencia en la asignación del gasto. Por otra parte, hemos sido, también, más audaces en la privatización que otros países. En las últimas décadas se llevaron a cabo numerosas e importantes privatizaciones en casi todos los sectores productivos, lo que nos ha permitido avanzar más que otras economías en la competencia de muchos mercados de bienes y servicios.
Privatizaciones que, a diferencia de otros países, se han hecho al 100%, lo cual es esencial para romper la relación entre empresas y gobiernos. Finalmente, nuestro país consiguió hasta 2007 avanzar notablemente en términos de equilibrio fiscal y reducción de deuda pública.
Todos estos aspectos que acabo de mencionar podrían considerarse algunos de los “méritos propios” de la economía española, que explican parte del crecimiento diferencial de los últimos veinte años.
Lo más sorprendente es que nuestra economía ha estado creciendo a pesar de ir perdiendo competitividad progresivamente frente al exterior. Nuestros precios, costes salariales unitarios y márgenes empresariales han crecido por encima de los de la zona euro. Ello ha terminado reflejándose en un abultado déficit por cuenta corriente, déficit que, aunque puede verse como un exceso de inversión sobre el ahorro, está indicando también una insuficiente competitividad de nuestro país con avances muy pobres de la productividad.
¿Y cómo ha sido posible crecer en los últimos 23 años a pesar de ir perdiendo competitividad? La respuesta es porque, además de los anteriores factores o “méritos propios”, España ha tenido acceso a otras posibilidades que también le han ayudado a crecer. Me refiero a dos en particular. La primera era el recurso a la devaluación. Aunque la última devaluación se...
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