Dos reinos con principios muy diferentes

Cristina Kirchner e Isabel II.

Murió la reina Isabel II y no fue feriado. El flamante rey, su hijo Carlos, la evocó así: "Tenía un gran amor por la tradición, pero también adoraba el progreso. Es eso lo que hace grande a las naciones".

Isabel II actuó durante su largo reinado de 70 años como un gran "banco central" de la estabilidad británica, más allá de las oscilaciones políticas nacionales y de un mundo en constante y problemática transformación. Uno de los tantos expertos en el estudio de la realeza señaló que esa extraordinaria solidez Isabel la construyó a base de respetar cuatro principios inmutables y siempre presentes a lo largo de toda su era: deber, decencia, buen humor y tolerancia.

Lo dijo muy claramente la nueva primera ministra Liz Truss: "La reina Isabel II fue la roca sobre la que se construyó la Gran Bretaña moderna". Dato al margen: el martes, dos días antes de morir, la monarca la había recibido en su amado castillo de Balmoral. Otro magnífico ejemplo: trabajó hasta el último minuto, con sus 96 años bien llevados.

Las redes sociales, siempre implacables y cáusticas, vienen trazando desopilantes paralelos entre aquel reinado y este otro nuestro, más bizarro y plebeyo si se quiere, del peronismo, ya con 77 años entre nosotros (¡le ganó a Isabel II porque empezó antes y sigue!), casi la mitad de todo ese tiempo, intermitentemente, en la cumbre del poder y la otra mitad, en el llano, pero siempre protagónico, desde lugares de mayor debilidad o fortaleza, pero tallando fuerte, de una u otra manera. Se entiende que en tiempo de dictaduras, proscripciones y persecuciones, su resistencia fuera revulsiva y desestabilizante. Lo que no se comprende es que cuando le tocó ser oposición, su comportamiento desafiante dejara tanto que desear (particularmente durante todo el gobierno anterior y "colaborando", al menos, en los desenlaces de las presidencias de Raúl Alfonsín y Fernando de la Rúa).

Pero más sorprende todavía que se autosabotee aplicando sus conocidos recursos desestabilizadores a sus propios gobiernos. Así ocurrió en el período 1973-1976 y vuelve a suceder en la actual gestión, especialmente desde mediados de 2020.

Además de dificultar enormemente la gestión, con contramarchas e indecisiones constantes, la prédica flamígera como hábito solo genera para adentro mayor malestar y desconfianzas mutuas entre miembros enfrentados de su propio equipo. Pero, peor todavía, fatiga, llena de incertidumbres e incredulidad al pueblo que...

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