El doble secreto de Cervantes

Alguna vez me impuse el proyecto viajero de recorrer la pampa hasta el último rincón. La intención quedó a mitad de camino, pero por lo menos conocí Azul. Las fotos muestran estilizadas casas antiguas, un teatro histórico sobre la plaza principal, el excéntrico cementerio diseñado por Salamone y, cerca del arroyo que le da nombre a la ciudad, un Quijote con la impronta del escultor Carlos Raggazoni.¿Un Quijote en medio de la pampa en vez de un Martín Fierro? Pronto me informaron por qué: ya por entonces Azul formaba parte, gracias a la colección de la Casa Ronco, una biblioteca/museo que reúne innumerables ediciones de libros de Cervantes, de la red de ciudades que celebran al escritor del Siglo de Oro. Hoy justamente termina de ser sede virtual de unas jornadas cervantinas que, por razones obvias, tuvieron lugar en las pantallas.Carlos Fuentes decía que leía Don Quijote de la Mancha una vez al año. Lejos de esa cuota, compenso releyendo los pasajes que se citan menos que (y me gustan tanto como) los molinos de viento, el yelmo de Mambrino o el descenso a la cueva de Montesinos. Unos pocos ejemplos: la discusión del cura y el barbero ante la biblioteca de Alonso Quijano (donde se hace una solapada crítica literaria de muchas obras de la época y se alaba con ironía La Galatea de un tal Cervantes), la conversión de Dorotea en la princesa Micomicona, la instancia en que el Caballero de la Triste Figura doma un león cansino, el episodio del barco encantado.Aunque sin nombrarlo, José Manuel Lucía Megías, especialista que participó del encuentro virtual de Azul, me hizo acordar en una nota publicada en este diario de otro capítulo inolvidable. En 1614 apareció el Quijote apócrifo firmado con el seudónimo Alonso Fernández de Avellaneda. Al año siguiente, Cervantes replicó con una segunda parte propia en la que el hidalgo -como le recuerda ya en las primeras páginas el bachiller Sansón Carrasco- es conocido por las aventuras de la primera que escribió y que, según se desprende del tono del prólogo, es la única parte que debe darse por verdadera. Pero ¿quién era el misterioso Avellaneda? Una posibilidad...

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