El difícil arte de establecer acuerdos en la política argentina

Raúl Alfonsín y Carlos Menem

En la Argentina no hay rey ni reina ni primer ministro, tampoco un Parlamento con mayorías dinámicas habilitadas para suplantar a los gobernantes desgastados por gobernantes frescos. Lo que tenemos es un presidente con amplias atribuciones, mandatos anclados de cuatro años (antes seis) y un país difícil de gobernar. Esto último, por lo menos, es lo que reportan quienes pasan por la experiencia, en la mayoría de los casos trunca.

Uno prefiere no imaginarse entonces lo que sería si en vez de un presidente hubiera dos. Pero no dos consecutivos, qué gracia, dos simultáneos, de diferente color político. Suena ridículo, ¿no? ¿Acaso se le podría ocurrir a alguien semejante disparate y probarlo en un año con hiperinflación y amenaza de levantamientos militares?

Sí, a nuestros políticos. Se cumplen ahora treinta años del experimento. Que por supuesto fue un fiasco y dejó más secuelas que enseñanzas. En el convulsionado 1989 se pretendió que la Argentina superpusiera dos presidentes -uno llamado saliente, otro entrante- durante siete meses. Los dos partidos principales, el radicalismo y el peronismo, históricamente poco afectos a hacer pactos de carácter institucional, ese año convalidaron -por urgencias políticas concurrentes- la idea de adelantar para mayo las elecciones que correspondía celebrar en octubre. Lo normal es que un presidente electo antes de jurar solo esté en el "banco" alrededor de cinco semanas.

Adelantar elecciones es un hábito en países con sistema parlamentario porque abre la posibilidad de renovarle el respaldo al gobierno o de cambiarlo según sea el deseo popular, pero en los regímenes presidencialistas el adelanto se da de patadas con la rigidez de los mandatos, que no pueden ser acortados. Detalle que al parecer se les pasó a los diseñadores del cronograma 89. Planearon una transición sietemesina. Por cierto, embarazosa: debían cohabitar hasta el 10 de diciembre los dos presidentes, que resultaron ser Alfonsín y Menem , políticamente antagónicos, uno con poder legal, el otro con inconmensurable poder potencial: ¿210 días? Pasó lo que tenía que pasar. El gobierno cayó poco después de las elecciones. Hubo un desbarajuste dramático, confuso, al punto que Alfonsín anunció que "resignaba" la presidencia de tanto que le costó decir que renunciaba, lo que significaba no terminar. El dolor de un demócrata: la primera transmisión del mando entre gobiernos de distintos partidos desde 1916 estaba llamada a...

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