Los diarios de Nijinsky: un viaje asfixiante al laberinto de la locura

Sin la locura no habría mito, quedaría el genio. Estaríamos en presencia, tal vez, del artista más emblemático que tuvo la danza del siglo XX, de un fauno obsesionado con el sexo, un inquieto pájaro de fuego, un dios que, sin embargo, podía ser manejado como una marioneta -a la Petrushka- por su socio y amante en los Ballets Rusos, quien sería luego prácticamente un enemigo: el poderoso Serguéi Diághilev de San Petersburgo, artífice a comienzos de 1900 de una comunidad creativa fascinante donde coincidían Stravinsky y Debussy, Picasso y Matisse, Chanel y Cocteau, Fokin y Pavlova. Pero como, justamente, Vaslav Nijinsky es mito y genio, el Diario que escribió en 1919, en Suiza, a la vera del diagnóstico de esquizofrenia que acabaría con su carrera de bailarín y coreógrafo resulta tan fundamental.

Así como en los años 70 la vida del artista ruso inspiró a Maurice Béjart y hasta aquí fue materia de trabajo de importantes creadores contemporáneos como John Neumeier, María Rovira o Russell Maliphant, ahora es Bob Wilson quien acude a este libro descarnado para ordenarle a otro nombre mayúsculo de la danza que le ponga cuerpo y alma: Mikhail Baryshnikov es Nijinsky en Letter to a Man, el espectáculo que hoy se estrena en el teatro Coliseo.

"Me he levantado muy tarde, a las nueve de la mañana, y lo primero que he hecho es ponerme a escribir. Escribo bien, pues mi mano no está cansada. Escribiré bien para que todos vean que sé escribir. Me gusta la letra bonita, pues en ella hay sentimiento. Me gusta la letra, pero no me gusta la letra sin sentimiento. Sé que si le enseño mi letra a alguien que sepa leer el futuro, dirá que este hombre es singular, pues su letra salta."

No es casual -forma parte esencial de la extraordinaria leyenda que construyó sólo en diez años-que Nijinsky comenzara su diario aquel 19 de enero que bailó en público por última vez. Y apenas un mes y medio más tarde, el 4 de marzo, en vísperas de su primer ingreso a un psiquiátrico, interrumpió la tarea. Así, corta e intensa como su actuación, es la obra valiosa que revela a un artista ardiente, al "clown de Dios", dirá Béjart y repetirá el mundo entero. Es que Nijinsky hace lo que Dios le dice hasta cuando come y duerme, porque él es -"Yo soy"- Dios, escribe una y mil veces. En otros momentos, también se cree una bestia (no un animal sanguinario, aclara), aunque en su mente una idea no invalide la otra. Quiere manejar sus nervios, cuidar a su esposa, Rómola, y a la pequeña Kira...

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