Un día de felicidad

Les habrá ocurrido muchas veces. En ocasiones, una simple palabra, un aroma, una imagen, desencadenan una sucesión de recuerdos gratos o ingratos. En este caso fueron gratos. Me ocurrió ayer mismo, cuando un amigo dijo que tenía a su hijo de nueve años en la cama, en piyama y sin ir al colegio, porque estaba resfriado. Con un catarro. Y el comentario me salió de forma automática: "Un día de felicidad", dije. Luego, tras un instante, caí en la cuenta de que no para todos es así. Que para muchos no lo fue nunca. Pero mi primera asociación de recuerdos, la imagen que conservo, las sensaciones, responden a eso. Yo fui un niño afortunado, y aquéllas fueron horas dichosas. También fui un adulto afortunado, supongo. Más tarde, la vida iba a darme momentos formidables, buenos recuerdos que conservo junto a los malos y los atroces. Que de todo hubo, con el tiempo. Pero nada es comparable con aquello otro. Un día en casa, griposillo, acatarrado, con nueve años y en piyama, era -lo sigue siendo en...

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