Detrás de cada historia, un mundo inabarcable

En algún momento del frenético y luego apocalíptico 2001 las editoriales Sudamericana y Planeta potencian sus esfuerzos –en medio de aquella sequía– para traer a alguien que nunca había terminado de irse, o más precisamente, alguien que empezaba a volver: Edgardo Cozarinsky. Su nombre era desconocido para la mayoría, al menos para la mayoría de los lectores, pero se trataba de un cineasta que había desarrollado una obra notable, con la particularidad de que llevaba un cuarto de siglo viviendo en París y que había construido una poética tan intimista como incómoda, entre otras cosas porque resultaba imposible de definir (o reducir): estaba hecha de pequeños gestos, de respiraciones silenciosas, y, sobre todo, de un modo de trabajar con sus materiales en el que por lo general se diluía cualquier límite entre géneros, arquetipos o prejuicios.

Justamente el motivo de la "visita" de Cozarinsky era la aparición de dos libros en simultáneo, El pase del testigo y La novia de Odessa, que hacían un culto de esa transversalidad. En apariencia de ensayos y crónicas el primero, compuesto de ficciones el segundo, el conjunto ponía en evidencia una libertad plena, un gusto por la ambigüedad conceptual y formal que su autor había practicado ya en plenitud, en particular durante la década anterior, en la pantalla. En rigor, el primer salto, la consumación primera de esa hibridez en la que el lector debe navegar con un mapa al menos borroso –¡ay, las contratapas!– se había dado dieciséis años antes, con la publicación de un texto esencial, que terminaría volviéndose de culto y se iba a reeditar en varias ocasiones: Vudú urbano es un libro cuya unicidad resulta frágil, y cuyo punto de partida –un pasaje de vuelta no utilizado– es apenas la excusa para el despliegue de una sensibilidad y de una conciencia, una serie de instantáneas o de narraciones episódicas de la contemporaneidad que construyen sentido de a retazos, y que en el tramo final se resignifican de un modo rotundo. "Hoy tengo ganas de escribir sobre Buenos Aires", es la frase que abre y cierra el último de esos episodios; lo dice alguien que no ha regresado, alguien que sólo puede recuperar el pasado fragmentariamente. En 1985, la resonancia de esas palabras no necesita ser dilucidada.

Vudú urbano había llegado, además, en aquella primera edición, con el espaldarazo de un infrecuente doble prólogo de Guillermo Cabrera Infante y de Susan Sontag. En particular esta última había dado en el clavo...

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