Un destino de campeón, con gestos notables

Desde septiembre de 2000 hasta diciembre de 2009, tuve el privilegio de hablar todas las semanas con Roberto De Vicenzo para la publicación los martes en LA NACION Deportiva de "Charlas con el Maestro". Las anécdotas que me transmitió por teléfono para esa columna fueron incontables, pero siempre quedan más en el tintero, perdidas en el tiempo y rescatadas por algún testigo directo.En la década del 80, Alberto Laya, ex jefe de Deportes de este diario, les relató a alumnos del Círculo de Periodistas Deportivos su experiencia con el campeón del British Open de 1967. "Una tarde, hace ya varios años, entrevisté a Roberto De Vicenzo en su casa de Ranelagh. Compartí el reportaje con un cronista que aspiraba a jugar a la singularidad. Ese cronista principiante, obsesionado por la búsqueda de impactos, le preguntó a De Vicenzo: "Cuando usted entra en su casa, ¿entra en ella como un campeón?" Sin dudar, De Vicenzo le contestó: "Si lo hiciese así, no me lo perdonaría nunca. Yo entro en mi casa como marido de mi mujer y como padre de mis hijos".Pero aún hay otra anécdota que determina la dimensión espiritual de De Vicenzo. En una de sus participaciones en el Masters de Augusta, se le acercó una mujer de entre medio del público y le pidió una importante cantidad de dinero para comprarle unas carísimas inyecciones a su hija, la que, según dijo la señora, estaba paralítica. De Vicenzo se la dio. Al rato lo llamó un jugador norteamericano que estaba próximo y había presenciado la escena. Le dijo: "Roberto, esa mujer te pidió plata, ¿no es cierto?"."Sí", le contestó. "Te dijo que tenía una hija paralítica, ¿no es verdad?""Sí", respondió De Vicenzo. "Bueno, esa mujer es una cuentera conocida. Tan cuentera es que no tiene a...

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