Después de la pandemia, el vaso medio lleno a partir del cual recomenzar

¿Qué futuro nos espera? La pregunta está en boca de todos: ingenieros y profetas, economistas y adivinos, filósofos y quirománticos. Los creyentes escudriñan el plan de Dios; los escépticos , el horizonte: no hay certeza sobre el porvenir. La pregunta es imprescindible y obvia la premisa : la pandemia es un hito, un clivaje entre el ayer y el mañana. Tengo dudas, pero está bien: imaginar el futuro ya es una forma de aprender del pasado. Un ejercicio útil, un deber sacrosanto.

Las bolas de cristal no me atraen. Como historiador, estoy más familiarizado con el pasado que con el futuro. No importa: nada como el pasado ayuda a intuir el futuro. Al menos la gama de futuros posibles. O probables. Puede ayudar a sortear las trampas en las que caímos, a aprovechar las oportunidades perdidas. No hay futuro que no se construya con los materiales del pasado. ¡Cuánta continuidad histórica en las revoluciones! ¡Cuánta repetición en las religiones!

Mirando el futuro a través del pasado, parecería que la pandemia fuera la cocina ideal para un plato tradicional, un plato llamado populismo. Quienes lo aman ya lo saborean; quienes no se lo tragan harán bien en cambiar de menú. En esencia, el populismo es una nostalgia de unanimidad, de absoluto, de armonía. Es el impulso de formar una comunidad homogénea, una grey unida por cultura e identidad, historia y destino. Un "pueblo puro" frente al cual, enemiga eterna, se levanta una "elite corrupta": cosmopolita y laica, sin Dios y sin patria, amenaza con contagiarlo, metafóricamente y no. La pandemia es, por lo tanto, una potencial fábrica populista. Una fábrica prodigiosa: el miedo estimula el cierre; la vulnerabilidad, la autarquía; la inseguridad, la homogeneidad. Más: el desempleo fomenta el proteccionismo; la recesión, el estatismo; la crisis, el nacionalismo. Si la vida es peligrosa y el mundo asusta, la tentación es encerrarse en casa, quedarse en familia, buscar protección.

De ahí que broten como hongos los aspirantes a próceres, los redentores in pectore , los dioses en la Tierra. Pocos tienen el physique du rôle : para bien o para mal, ya no existen los líderes de antaño. Se esfuerzan, pero se nota que todo les queda grande. Los más jóvenes son los más fanfarrones: "Mi fe en Dios es mayor que mi miedo", tronó Nayib Bukele, como si partiera para las cruzadas. Los más maduros no se quedan atrás: " Deus não escolhe o mais capacitado, mas capacita os escolhidos ", o sea él, según Jair Bolsonaro. "En el...

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