La desidia de cada caos vehicular

Cuando era chico (hace mucho tiempo), una o dos veces por año el Cuerpo de Tránsito de la Policía Federal iba a mi escuela para dar charlas de educación vial. En aquella Buenos Aires de los 60 era común verlos dirigiendo el tránsito, en épocas en que los semáforos eran pocos. Formalmente esta división de la policía aún existe, pero su presencia en las calles porteñas, en materia que atañen al orden de la circulación, es casi nula. Lo mismo cabe para la más nueva Policía Metropolitana y los agentes de tránsito del GCBA.

Miércoles de lluvia en Buenos Aires. De pronto, la marcha en la Avda. Nazca se hace extremadamente lenta. Cuadra por cuadra a paso de hombre. ¿El problema? No funcionaba el semáforo de dicha arteria en su cruce, nada menos, que con la Avda. San Martín. Imagínense el nudo en el centro de dos de las avenidas más transitadas de Buenos Aires y, para peor, ambas con doble sentido de circulación. El caos se multiplicaba con los bocinazos de los camiones y colectivos (que obviamente hacían pesar su porte), el ulular de varias sirenas y las maniobras al límite del choque en la lucha por el espacio y el paso. En ese momento me vino a la cabeza la genial novela Ensayo sobre la ceguera, de José Saramago: todo vale para imponernos a los demás, incluso apelar a nuestros...

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