La descomposición política del país

El gobierno nacional acaba de tomar una decisión histórica: expropiar el 51% de las acciones de YPF, en manos de una empresa internacional del país extranjero que mejor imagen tiene entre los argentinos fuera de la región. La justificación de esta medida, que vulnera compromisos asumidos por el Estado, es recuperar el autoabastecimiento de hidrocarburos.

En medio de la euforia nacionalista que esta determinación desató en amplios sectores, una inocultable corriente de perplejidad y desazón atraviesa a muchos observadores, nacionales y extranjeros, ante la marcha de la Argentina. En el caso de YPF puede entenderse el interés estratégico del Estado por los hidrocarburos, pero es difícil asimilar la actitud de un gobierno que atropella las normas jurídicas, elude cualquier autocrítica, se ensaña con el capital privado y estigmatiza a todos los que no acompañan su punto de vista.

Estos signos de inmadurez suceden cuando la democracia argentina está próxima a cumplir tres décadas sin interrupciones, aunque no sin sobresaltos. Más allá de las vicisitudes, es probable que historiadores del futuro destaquen una peripecia crucial del país en este tiempo: el retorno y el mantenimiento de las libertades, la existencia de reglas formales para tramitar sin violencia las cuestiones políticas y la confianza básica de la sociedad en el sistema, más allá de sus limitaciones.

Sin embargo, una mirada menos genérica y más exigente mostrará inconsistencias profundas a lo largo de estos años. Acaso la más significativa sea que dos gobiernos del mismo partido político concibieron de manera diametralmente opuesta el papel del Estado en la economía en décadas sucesivas, sumiendo al país en contradicciones y cambios de marcha que están destruyendo la confianza interna y externa que una nación debe garantizar. El caso de YPF es una muestra dramática de este fenómeno. Antes que una cuestión de seguridad jurídica y clima de negocios, se trata de un formidable cambio de reglas en cuestiones esenciales, y en muy poco tiempo, que deja inermes y desorientados a los actores económicos y políticos nacionales e internacionales ajenos a las decisiones del poder.

Si las ideologías del peronismo de Menem y de los Kirchner fueron contradictorias, el dispositivo con que las impusieron es, sin embargo, parecido. Se trata de un cóctel con, al menos, cuatro ingredientes: legitimidad por razones económicas, hiperpresidencialismo, amplias mayorías electorales y debilidad de la...

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