El derecho al olvido en una era sin pasado

Natalia Denegri, a quien la Corte Suprema denegó su pedido de "derecho al olvido"

Puedo recordar algunas escenas de mi juventud que me avergüenzan. Episodios en los que, digamos, he perdido el mínimo de decoro propio de las formas civilizadas o el más elemental buen gusto. Hechos en los que quedé desprovisto de esa cuota de dignidad que no resulta aconsejable deponer y cuya ausencia solo se advierte, para peor, en retrospectiva o a la mañana siguiente. Por supuesto, no voy a describirlos aquí. El lector puede imaginarlos y acaso acierte en alguno de ellos si trata de recordar sus propios episodios vergonzantes. Aunque quizá eso no resulte tan fácil si han pasado muchos años. Salvo aquellas imágenes inagotables que guardamos para siempre, tendemos a olvidar el lastre que tira para atrás. Somos barcos con estelas que se van perdiendo a medida que avanzamos.

Tal vez ya no. Tal vez ya somos otra cosa. La revolución tecnológica, con internet y las redes sociales, vino a poner esto en cuestión, porque trastocó de una manera radical y en muchos sentidos ese elemento sagrado del que estamos hechos: el tiempo. Y lo hizo de un modo tan cautivante y engañoso que apenas nos dimos cuenta.

Primero, nos quitó el presente. Cambió el tiempo humano por el de la máquina. Trocó lo sucesivo por lo simultáneo. Eso nos privó de la experiencia. De la experiencia de la experiencia, quiero decir. No es un juego de palabras. Para sentir el frío debo conocer el calor. Pero uno después del otro. Si tengo los dos juntos, me da tibio. Internet nos pone en la palma de la mano, mediante la astucia de convertirnos en parte del cableado, la tibieza incolora de todo lo que existe reducido a imagen digital. Al ser parte de la máquina, al ser la máquina, quedamos atravesados por infinitos estímulos y mensajes. Y cuando lo simultáneo reemplaza lo sucesivo, el presente humano estalla en pedazos.

Hay otro efecto, que en verdad es parte del anterior: cuando lo simultáneo reemplaza lo sucesivo, perdemos también el pasado. Es decir, vivimos en el eterno presente digital de lo que nunca termina de pasar. En la Web, que hoy es nuestra casa, la estela de nuestro navegar no se borra a medida que avanzamos. En ese Aleph digital, somos lo que fuimos.

El caso de Natalia Denegri , centrado en el "derecho al olvido", puso en discusión todas estas paradojas y problemas en los que hoy nos debatimos. Ella busca eliminar de los buscadores de internet el vínculo entre su nombre y las publicaciones...

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