¿Qué democracia queremos?

El año pasado, al calor de la Pascua, me pregunté si había resurrección para nuestra Argentina, Hoy me da vueltas por el corazón la misma pregunta, con una variación. ¿Qué democracia queremos para nuestra Argentina?

No solo entre nosotros la democracia parece estar necesitada de resurrección más que de una simple revitalización formal.

El magisterio social de la Iglesia ha hecho un fatigoso camino para apreciar los valores que supone la democracia, sus reglas de juego y su andamiaje institucional. Ha pasado de la condena a la sospecha, y de ésta a la relativización, para arribar a una valoración positiva de la misma, sin desconocer sus riesgos, límites y deformaciones.

En este tramo del camino podemos señalar las reflexiones de los tres últimos Papas: Juan Pablo II en Centessimus annus ; las numerosas intervenciones de Benedicto XVI, y las aportaciones de Francisco en Laudato Si ’ y, sobre todo, en la reciente Fratelli tutti . El Episcopado argentino tuvo su intervención estelar poco antes de la recuperación del orden constitucional con el señero documento: "Iglesia y comunidad nacional", de 1981.

Tenemos donde abrevar, tomar impulso y pensar mejor, desde el Evangelio y la enseñanza social católica, cómo aportar para revitalizar el sistema democrático. ¿Queremos realmente hacerlo? ¿Estamos suficientemente motivados? ¿O nos sumamos a los cansados y desilusionados que vuelven a apostar por soluciones mágicas que patean el tablero?

El jesuita español José I. González Faus acaba de publicar un artículo sobre las elecciones francesas donde se hace una serie de preguntas que bien podríamos aprovechar aquí, de este lado del charco. Solo destaco una: ¿vamos a seguir echando mano del voto bronca para castigar al gobierno de turno, pensando que, tal vez así, las cosas se acomoden? Tenemos suficientes pruebas: más que acomodarse, el camino hacia el precipicio se hace más inclinado.

Creo que necesitamos una fuerte sacudida de nuestro espíritu ciudadano en línea con uno de los valores más fuertes de una genuina democracia: el diálogo. Restituir el diálogo ciudadano que encauza la pluralidad de voces, posturas e iniciativas y que es alma de toda democracia. No hay democracia sin reconocimiento explícito de la pluralidad y, por eso, del diálogo y los consensos.

Y todo esto como fruto de una deliberada elección que supone el ejercicio arduo de las principales virtudes políticas: la prudencia, la búsqueda de la justicia, la solidaridad y, no en último...

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