¿Quién debería pagar el impuesto a las ganancias?

Desde hace varias semanas, notable cantidad de energía política y de medios de comunicación gira alrededor de la modificación del tan discutido impuesto a las ganancias. Pero el debate no puede agotarse en los aspectos políticos y de presentación ante la opinión pública. ¿Qué diría al respecto un "marciano" experto en cuestiones impositivas recién llegado a la Tierra?

Al respecto conversé con el francés Nicolas-François Canard (1750-1833), a quien el Instituto Nacional de su país lo premió por un ensayo sobre el impuesto único. Según William Jack Baumol y Stephen Michael Goldfeld, el hecho se convirtió en una verdadera desgracia para él, porque se ganó el fastidio de economistas como Juan Bautista Say, Antoine Augustin Cournot, William Stanley Jevons, Joseph Louis François Bertrand y Joseph Alois Schumpeter, siendo finalmente rehabilitado por Ross M. Robertson y Reghinos D. Theocharis.

-Imaginemos que tanto el oficialismo como la oposición, cansados de pelear, le encargaran a usted que elaborara una propuesta para modificar el impuesto a las ganancias que deben tributar las personas. ¿Qué haría en ese caso?

-El diseño y el cobro de los impuestos es una actividad que se realiza desde hace muchos siglos. Sin ir más lejos, Mateo, uno de los evangelistas, recaudaba impuestos. De manera que hay mucha experiencia al respecto, que no debería ser desaprovechada en estos momentos en los que tanto se debate sobre el tema.

-Insisto, ¿qué haría?

-Tomaría las escalas y las alícuotas que rigieron en la década de 1990, las inflaría sobre la base de índices de precios no dibujados, generando nuevos niveles nominales. Además de lo cual diseñaría un mecanismo automático para ajustarlas de aquí en más, quitándole al gobierno de turno poder discrecional.

-¿Y en cuanto al modo de financiamiento de la reforma?

-Me olvidaría de la propuesta planteada por la oposición. Porque cuando tuvo que concretar, resulta que gravar "la renta financiera" implicó cobrarle impuesto a los plazos fijos, en un país donde la tasa de interés nominal está muy por debajo de la tasa de inflación; gravar "el juego" implicó cobrarle una patente a las máquinas tragamonedas, gravamen fácilmente trasladable al jugador, y ni qué hablar de cobrarle un impuesto a los propietarios de los "inmuebles improductivos". Yo me pregunto: ¿No tenían dentro de sus filas a algún asesor que supiera algo de impuestos, para evitarles el papelón técnico por el que pasaron?

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