Deben ser los caranchos, deben ser

Ala mordaz jungla de la política, donde anidan desde hace tiempo los "gusanos" anticastristas y los "gorilas" del antiperonismo, se agrega ahora un ave autóctona de larga tradición: el "carancho". Injustamente olvidada en el catálogo de la decadencia, esta especie carnívora se ha dedicado durante años a depredar el Estado cuando su facción gobierna y a cobrar protección cuando corretea en el llano; a justificar su rapiña en nombre de pobres y ausentes, y a aprovechar que su víctima queda exangüe para desplegar su furibundo escarnio y preparar su suicidio asistido. El carancho tiene predilección por picotearte los ojos; necesita verte caído y fuera de juego. El caranchismo es un virus pedigüeño y extorsivo, pero también destituyente -aunque el plumífero puede adoptar distintas tácticas temporales - puesto que hay en la pajarera vernácula caranchos urgentes y caranchos con paciencia. Todos, sin embargo, conciben a la democracia republicana como una sandez neoliberal, a las presidencias no peronistas como una intrusión intolerable, y a cualquier coalición que no sea la propia como una partidocracia cipaya con destino de helicóptero.

La verdad sea dicha, estas últimas ideas son la primera materia que te enseñan cuando entrás en el peronismo, aunque no deberían confundirse de ninguna manera los tantos: así como por suerte hay cada vez más peronistas modernos y republicanos, también pernoctan caranchos en otras fuerzas políticas. Es que por imitación y didáctica, caranchear ha sido una práctica transversal y contagiosa dentro y fuera del jaulón movimientista. Resulta cierto, no obstante, que el dirigente peronista debe luchar particularmente con esa tara de origen, con el pequeño carancho que le han inoculado y todavía lleva adentro. Para algunos ser peronista implica, aún en la actualidad, creer esa infamia según la cual únicamente ellos encarnan la patria y el pueblo, mientras los demás somos inexorables gerentes del imperialismo y la oligarquía. En parte el peronismo se ha alejado de esa superstición soberbia y ha evolucionado (hoy su renovación resulta esencial para la democracia), el sindicalismo hace lo que puede en medio de una recesión y las organizaciones sociales son actores ineludibles en un país que precisamente los justicialistas dejaron con altísima inflación, 30 por ciento de pobreza estructural y un boom del narcotráfico. A propósito, al cierre de esta edición no se ha oído una autocrítica profunda y sincera acerca de estas...

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