Debacle económico-financiera, inconstitucionalidad y desconfianza colectiva: convertibilidad, nominalismo e imprevisión
Autor | Verón, Alberto V. |
Debacle económicofinanciera, inconstitucionalidad y desconfianza colectiva: convertibilidad, nominalismo e imprevisión
Por Alberto V. Verón
1. Un poco de memoria económica y financiera
Políticos y economistas argentinos parecen persistir en las equívocas medidas económicas signadas por la secuencia devastadora de la devaluación, inflación y pérdida del poder adquisitivo, como las realizadas por el gobierno democrático de Isabel Perón y las dictaduras de la década del 70. Así, en 1975 no es posible olvidar el "rodrigazo", cuando el ministro de economía de entonces (Celestino Rodrigo) anuncia, al asumir, una devaluación del dólar de entre el 100% y 160% y fuertes aumentos de tarifas y combustibles (200%), en tanto el salario se incrementaba en tan solo un 38%, con lo que el costo de vida trepó a cifras inimaginables (hubieron meses de 35% de inflación) y la situación de los asalariados se tornaba desesperante.
Como era de esperar, esta debacle económica solo podía conducir, en poco menos de un año, a una crisis de gobernabilidad que eclosionó en marzo de 1976, en un golpe castrense que instaló la Junta Militar (Videla, Massera y Agosti) no sin antes padecerse una nueva disparada inflacionaria, la fuga al dólar como refugio, la disminución de las reservas, la amenaza latente de un default (cesación de pago), el protagonismo del Fondo Monetario Internacional, y una práctica embarazosa que dio lugar a que Mondelli (ministro de economía después de Rodrigo, Bonanni, y Cafiero en tan solo 10 meses) expresara en relación con los compromisos externos: "no nos creen más". El titular de la cartera de economía de la Junta Militar, Martínez de Hoz, logra el apoyo crediticio del Fondo Monetario Internacional, indexa desmedidamente los ingresos fiscales y los créditos a favor del Estado, vuelve a reducirse el salario real, toma relevante protagonismo la especulación financiera, se garantizan los depósitos (ley 21.526), se liberan las tasas de interés, y se expanden las entidades financieras; para contener la inflación se reduce la emisión monetaria, pero obliga al Estado, para paliar su creciente déficit fiscal, a recurrir al mercado financiero (doméstico y extranjero) en procura de fondos, disparándose la tasa de interés (14% mensual), y alcanzando un gran crecimiento los depósitos a plazo fijo; a todo esto en 1977 las reservas eran de u$s 4.000 millones, y la deuda externa alcanzaba los u$s 9.678 millones.
A fines de 1978 se pone en vigencia un cronograma de devaluación gradual, naciendo así la famosa "tablita", finalizando ese año con una inflación del 170%, aumentan las reservas (que alcanzaron u$s 6.000 millones), pero también la deuda externa (u$s 12.500 millones). En 1979, siempre bajo la férula de Martínez de Hoz, se incrementan las importaciones, se retrasa el tipo de cambio, y los salarios vuelven a perder poder adquisitivo; por ello se comienza a cuestionar la política económica del gobierno militar por antinacional y antipopular, acusando ese año una inflación del 140%, y una deuda externa de más de u$s 19.000 millones contra una
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reserva de u$s 10.500 millones, números que traducen un proceso de inflación pero con recesión.
En 1980 caen más de 20 entidades bancarias por insolventes, se vuelven a producir corridas al dólar, aumentan las tasas, se reformula la garantía oficial de los depósitos, las reservas descienden peligrosamente (para auxiliar a los bancos) a u$s 7.700 millones, en tanto sigue aumentando la deuda externa que alcanza a u$s 27.000 millones; también aparece la denominada "plata dulce" que contribuía a la fuga de divisas porque se compraba desmedidamente con un "dólar barato" artículos electrónicos del exterior ("deme dos") en desmedro de la industria nacional. En octubre de ese mismo año el ingeniero Alsogaray advierte que se había llegado a un punto de inflexión de una onda de muchos años que ya agotó sus posibilidades, que en los bancos los ahorristas tenían depositados en plazo fijo (7 a 30 días) u$s 20.000 millones, preguntándose qué pasaría si los tenedores de esos depósitos deciden irse a otra parte.
Durante el primer semestre de 1981 (los últimos meses de Videla - Martínez de Hoz) se agudizan las protestas sociales por la crisis, la Unión de Industriales muestra su descontento con el plan económico, y Saúl Ubaldini critica arduamente la política salarial que conduce a comprometer la paz social; en febrero de ese año se produce una sorpresiva devaluación del 10%, lo que hace que los inversores corrieran (una vez más) al dólar y aumentaran las tasas. En marzo de 1981 anuncia Viola que designa a Lorenzo Sigaut como ministro de economía, quien devalúa la moneda un 30,41% y adopta diversas medidas arancelarias, pero no evita que el dinero siga huyendo hacia las divisas y los depósitos a plazo fijo; la recesión golpea fuerte, el déficit que acusan las empresas estatales, como YPF, son siderales, y algunos piensan que se está al borde del colapso económico; aún así, Sigaut vuelve a devaluar a la vez de formular una afirmación célebre: "los que apuesten al dólar perderán"; y ocurrió todo lo contrario: en 1981 el dólar (paralelo) pasaría de 2.000 pesos en enero, a más de 10.000 pesos en diciembre (cinco veces más en menos de un año), en tanto la inflación de ese año sería del 131%.
2. Sólo el hombre tropieza dos veces con la misma piedra
Parece que los economistas y políticos argentinos, padecen del mal de reiterar los errores del pasado, en efecto, el actual gobierno, partiendo de la calamitosa situación heredada, principalmente un dólar subvaluado por la convertibilidad, la apropiación indebida "corralito" de los fondos y tenencias de ahorristas e inversores, una crónica recesión, y una desocupación creciente, resuelve devaluar el peso en nada menos que un 40%, estimulando así la huída de nuestra moneda para refugiarse en el dólar, no sin antes declarar su antecesor (Rodríguez Saá) que no pagará la deuda externa (default), con lo que, obviamente, Argentina se convierte en un país no confiable e inviable porque ya nadie le cree, ni menos los propios argentinos; quiérase o no se genera así un mayor grado de desconfianza; pronto los precios comienzan a dispararse y se insinúa una fuerte inflación con recesión que se realimenta con el incremento de las tarifas y los combustibles; en tanto los asalariados se debaten por subsistir con un salario empobrecido; la desocupación se incrementa a cifras impensadas; las reservas siguen cayendo en tanto el dólar sigue disparándose y, en fin, no faltará nada para que, como la historia lo demuestra, se opere una
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grave crisis de gobernabilidad. Sin duda, sólo el hombre tropieza dos veces (o más) con la misma piedra.
3. Convertibilidad, deshumanización y desconfianza colectiva
En rigor, tanto los economistas como los políticos adolecieron de una falla imperdonable: despreciar los efectos psicosociológicos que incubó la gente durante una década con la estabilidad y la convertibilidad, que llevaron a elegirlo a Menem por segunda vez, no tanto por la calidad de su gestión durante la primera presidencia como sí por representar una suerte de garante de la convertibilidad, al punto que más tarde De la Rúa logra su presidencia no solo gracias a la alianza con otras fuerzas políticas (de aciago final) sino también con su promesa (tomada del menemismo) de que un peso será siempre igual a un dólar.
Ni es como Menem quiso hacernos creer que Argentina es un país del "primer mundo" por su estabilidad y crecimiento (realmente el grueso de los beneficios se concentraba en pocos mientras crecía el número de pobres y la clase media declinaba). Ni es como De la Rúa pregonaba, achacando todos los males a la gravosa herencia que recibió de Menem, para disimular su incompetencia en conducir un país al abismo. Los responsables de estas gestiones gubernamentales cargan sobre sus espaldas un estigma de plomo: no revertir a tiempo las medidas que conducían a una mayor recesión, cuando se producía un crecimiento espectacular de la deuda externa que los mismos organismos internacionales realimentaban a sabiendas, al igual que los bancos locales (aunque en los más importantes su capital accionario pertenecía a la banca extranjera), que no vacilaban en prestarle al gobierno, engolosinados con las supertasas de interés que éste les reconocía, sin precedentes en el mundo.
¿Tan difícil era percatarse que el crecimiento de la deuda operaba en relación directa con el crecimiento de la recesión, la pobreza y la desocupación? Para los gobernantes, parece que sí. Para los ahorristas no, al menos en el año 2001 cuando comenzaron a retirar sus depósitos transfiriéndolos a países menos rentables pero más seguros. Es cuando se enciende la luz roja; cuando De la Rúa - Cavallo, primero, y Duhalde después, azorados, impávidos, sorprendidos de esa fuerza psicosociológica llamada desconfianza...
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